Hay 25 amables grados en Bruselas cuando el ingeniero Luis Robles (Sevilla, 1976) descuelga el teléfono. Su familia lleva unos días en España de vacaciones y aprovecha el tiempo libre para atendernos. Está acostumbrado a residir fuera de su país, pues desde muy joven se alió con el cambio, una dinámica vital que asumió alentado por sus ganas de ampliar su conocimiento y compartirlo allá donde trabajase. Francia, Estados Unidos y ahora Bélgica. Y viajes de trabajo que le llevaron a coger cientos de vuelos durante años. “Siempre tuve esa curiosidad”. Además, es un apasionado de la cartografía.

Nació en Sevilla casi de casualidad, pues sus padres vivían entonces en Barcelona. Desde la EGB, de vuelta con su familia a la capital andaluza, fue un alumno brillante en el Colegio San José Sagrados Corazones. Como su progenitor, cuando llegó la hora de matricularse en la universidad, se decantó por la ingeniería, motivado desde muy pronto por las matemáticas, los procesos, los combustibles… “La Ingeniería Química casaba con algo que siempre me había gustado: cubrir muchos temas a la vez”.

2016 visitando interior columna

Luis Robles durante una visita al interior de una columna de destilación de Total.

Sus buenos resultados le dejaban los veranos libres, de modo que se dio primero a los viajes estivales y, más adelante, a las prácticas en empresas. “Quería familiarizarme con mi profesión lo antes posible, así que me fui al desierto de Tabernas como becario en una planta de energía solar y después estuve trabajando a tiempo parcial en Inerco, en Sevilla», recuerda. Cuando llegó a sexto de carrera, ya había acumulado experiencia como para que varias empresas se interesaran por incorporarle como becario a sus plantillas.

Finalmente eligió el Instituto Francés del Petróleo para realizar en este centro de investigación y escuela de ingenieros un master y su proyecto de fin de carrera. Tenía por delante ocho meses en París y cuatro en Canadá. “Fue una revolución para mí. Me permitió conocer cómo funcionaban otras empresas y otros enfoques de los recursos humanos”.

En aquellos días, Robles se comparaba con los ingenieros franceses, cuyo sistema académico les permitía una especialización más centrada en la formación práctica a todos los niveles que en los resultados de los exámenes. “Además, allí la formación en empresas tiene una duración específica, exige un proceso completo y nunca es una excusa para tener mano de obra barata. Mis compañeros gozaban de mayor madurez acerca de cómo funciona el mundo profesional. Tenían una visión muy clara, una autonomía sorprendente, es algo que sigo viendo a día de hoy”. Más adelante se marchó a Montreal, donde conoció en sus carnes esa independencia que envidiaba de sus colegas franceses. “Comprendí que no podía esperar a que me dieran los problemas formulados con todos los datos, pues la realidad es mucho más compleja”.

Formación en Francia

Entre París y Montreal trabajó a Interquisa, filial de CEPSA en Algeciras, para formarse en ingeniería de procesos. Su novia de entonces -hoy su mujer- aún estaba estudiando y decidió no alejarse demasiado de ella a pesar de que le llegaron ofertas de países como Singapur. Más adelante, de nuevo Francia le abrió las puertas, esta vez a comienzos de 2002, para trabajar en polímeros en la multinacional Total. Desempeñaría su trabajo desde Lacq, un pequeño pueblo al sur del país. “Las condiciones eran buenas. Fui por probar suerte y me quedé cuatro años. Era un puesto bonito, relacionado con la asistencia técnica a distintos centros de trabajo y plantas de producción en Estados Unidos, Europa y Asia. En una semana podía coger cuatro aviones pero era un trabajo técnicamente rico que aunaba el corto plazo con el largo y que me permitía asomarme a las ideas más audaces”.

A pesar de valorar su posición, la querencia por el cambio seguía intacta en su ADN, así que regresó a París, donde su empresa estaba buscando, resume coloquialmente, alguien que se ocupara “de todo lo raro”. En otras palabras, energía solar, eólica, marina… Perfecto para su ánimo curioso y su interés por ver cómo la energía puede introducirse en distintos ámbitos. “En Francia se había tocado muy poco el uso del carbón para productos químicos y ahí sí me ayudaron los conocimientos de la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Sevilla, que ofrece una formación solvente en este tema, y mi trabajo anterior en Inerco. Esto me permitió ser muy operativo desde el primer momento”.

Estaba en una gran capital europea, ejerciendo de jefe de proyectos de I+D para la conversión química del carbón y la biomasa y con su mujer, que se trasladó a la ciudad, a su lado. Sin embargo, la pareja se dio de bruces con la realidad de la gran metrópolis una vez que nació su primera hija. “Profesionalmente fue una gran experiencia, teníamos medios para crear los procedimientos nosotros mismos y proceder con sentido, poner ideas en prácticas… el enfoque en mi departamento era muy innovador. Pero en lo personal, París nos resultó hostil”.

2011 ChrisPaddon y LuisRobles

Luis Robles, a la derecha, junto a su ex jefe Chris Paddon, uno de los principales científicos de Amyris.

Aventura americana

En 2010, decidieron volver a mudarse. Las empresas del sector estaban viviendo una reorientación estratégica en aras del cambio climático y Robles aprovechó la coyuntura proponiéndose para ser parte de esa nueva mentalidad en Amyris, una empresa norteamericana de biotecnología vinculada a Total y que despuntaba en esta transformación.

Especializada en la aplicación industrial de la biología sintética, su objetivo era desarrollar carburantes de automoción y aviación a partir del azúcar, apostando por la sostenibilidad y a precios competitivos con el petróleo. Su bagaje en la ingeniería de procesos convenció a sus jefes. Fue él mismo quien les habló de la necesidad de un experto en estos asuntos, así que crearon el puesto para él. En 2011, con la casa a cuestas y sus dos niñas, la pequeña recién nacida, se mudaron a California, a una zona entre Berkeley y Oakland en la que pudo conocer el privilegio de poder ir al trabajo caminando.

En aquel momento, Amayris, enmarcada en las filas de empresas tecnológicas e innovadoras de la Bahía de San Francisco, tenía unos objetivos de crecimiento ambiciosos y su plantilla se componía de profesionales jóvenes y dinámicos. “Aunque vi despidos, también conocí cosas buenas, esa ética de que si estás allí es porque te apasiona. Antes de entrar en este sector Amyris había desarrollado a partir de azúcar un medicamento contra la malaria. Tenían, pues, ese espíritu humanitario, de tener una misión”.

Sin embargo, Total volvió a reclamar sus conocimientos y regresó a Europa, esta vez a Bruselas, en la división de Refino y Química de la multinacional. «Me encargo de la inteligencia tecnológica para esta división, es decir, de identificar los desarrollos tecnológicos que pueden afectar a nuestro negocio y analizarlos para posicionarnos, por ejemplo invirtiendo en alguna empresa, comprando una licencia o recomendando lanzar nuestros propios programas de I+D. El campo que cubro es muy amplio, desde nuevos catalizadores hasta el uso de drones en plantas químicas, pasando por la impresión 3D, los biocarburantes y biopolímeros», explica.

Detectar las tendencias tecnológicas emergentes para la energía

«Una de las funciones principales de nuestro equipo es detectar las tendencias emergentes a partir del análisis de noticias de prensa, conferencias y reuniones con desarrolladores de tecnología», explica el ingeniero, que en el futuro desea entablar contacto con el Instituto de Prospectiva Tecnológica de Sevilla, el único centro de investigación de la Comisión Europea en España, para poder identificar campos de colaboración.

Desde su nuevo puesto, trata de identificar los caminos más ágiles y sostenibles que tomará el uso de la energía en el futuro. «Una de las tendencias clave en la actualidad es el coche eléctrico. Todos nos preguntamos cuándo van a empezar verdaderamente a venderse en masa estos vehículos, no sólo coches, también bicicletas e incluso camiones, y el impacto que ello tendrá sobre la demanda de carburantes y por tanto de petróleo. Ligada a esta tendencia hay otro cambio sustancial: la conducción autónoma, es decir, coches que se conducen solos. Este avance podría cambiar drásticamente cómo nos movemos y cómo diseñamos las ciudades», adelanta.

Preguntado por los avances en su materia dentro del ámbito sevillano, Robles asegura que a la capital andaluza le afectarán estas tendencias, como a todas las ciudades del mundo, y probablemente para bien: «Los coches emitirán menos contaminación, harán menos ruido y, siendo optimistas, habrá menos atascos y menos problemas para aparcar. También sería un sitio ideal para utilizar bicicletas o ciclomotores eléctricos, que ya son muy populares en China».