Mientras cursaba Comunicación Audiovisual en la Universidad de Sevilla, Daniel Villar Onrubia nunca imaginó que acabaría dedicándose a comprender cómo nos relacionamos con y a través de la tecnología. A la posibilidad de aplicar ese conocimiento para diseñar políticas, proyectos y otras iniciativas en el ámbito de la educación superior. Su pasión y el foco de sus investigaciones es aquello que puede ayudarnos no sólo a entender mejor el resultado de experiencias que implican el uso de tecnologías digitales, sino también a saber más sobre los contextos en que este tipo de iniciativas se van a desarrollar, de forma que el diseño se ajuste a las particularidades de dichos ámbitos.
Criado entre los barrios de San Diego y Sevilla Este, había elegido Audiovisual porque le apasionaban el cine, la fotografía y la creación artística en general. Pero terminaban los 90, los formatos estaban cambiando y la cultura digital se hacía más y más fuerte. Enseguida empezó a interesarse por el papel de las tecnologías de la información y la comunicación en la sociedad. Participó, entre otros proyectos, en la fundación de Zemos98 y de su hoy desaparecido festival. Lo cuenta desde la Universidad de Coventry (Reino Unido), donde, tras destacar como investigador en Oxford, trabaja con las distintas facultades para desarrollar iniciativas en el ámbito de la internacionalización y la innovación docente.
Internet como medio para intercambiar ideas
“En septiembre de 2014 me incorporé a esta institución para coordinar su programa de movilidad virtual, que aquí llamamos Online International Learning. Este rol implica trabajar con docentes y otro personal en el diseño de proyectos en los que nuestros estudiantes tienen que comunicarse y colaborar con otros estudiantes que cursan estudios similares en universidades fuera del Reino Unido. El objetivo es facilitar la adquisición de competencias comunicativas interculturales, pero también el desarrollo de competencias digitales. Es decir, que los estudiantes aprendan a usar internet para intercambiar ideas, e incluso trabajar en equipo, con personas de otras culturas”. Además, un año después de llegar a Coventry, se incorporó con una comisión de servicios a tiempo parcial al Disruptive Media Learning Lab, donde lidera iniciativas de innovación docente y organiza actividades que fomentan el interés y la reflexión por estos asuntos.
“El lab cuenta con un equipo de investigadores dedicado a evaluar los resultados de estos proyectos. Es un espacio de experimentación e incubación de ideas. Cualquier persona de la universidad puede venir y proponernos una idea innovadora. Aquellas propuestas que se aprueban cuentan con financiación, apoyo logístico y asesoramiento para su desarrollo. También organizamos actividades de formación para el profesorado y eventos centrados en explorar modelos y prácticas educativas emergentes. Por ejemplo, ahora estamos preparando para finales de abril un simposio y una serie de talleres que contará con la participación de dos pioneros: Jim Groom y Brian Lamb”.
Junto a estas cuestiones, el Lab participa en iniciativas financiadas externamente en colaboración con otras universidades y empresas, por ejemplo en varios proyectos Erasmus + Capacity Building y Horizon 2020. En Andalucía, reflexiona Villar Onrubia, no existe algo similar, al menos no con la misma cantidad de recursos y dimensiones, aunque sí se cuenta con experiencias como el Medialab de la Universidad de Granada, dedicado al análisis de la cultura y sociedad digital.
Antes de estos dos cometidos que hoy compagina, Villar Onrubia cinceló un carácter eminente en su carrera durante su etapa en Oxford, donde tuvo la oportunidad de investigar en un centro pionero en el estudio de internet desde las ciencias sociales y formar parte de una comunidad internacional e interdisciplinar. “Allí pude trabajar con Rebecca Eynon y Eric T. Meyer, unos directores de tesis magníficos, y discutir ideas con otros investigadores, elegir entre más de 100 bibliotecas maravillosas, compaginar la tesis con la labor de ayudante de investigación en un proyecto europeo, asistir a seminarios en otras facultades…”, enumera completamente satisfecho de su experiencia en una ciudad en la que, además, “nunca te aburres”.
P.- ¿Y usted qué le aportó a Oxford?
R.- Esa pregunta no es a mí a quien correspondería responderla. Pero, por ejemplo, con una compañera de mi centro (Isis A. Hjorth) dirigí el Remix Cinema Workshop, un encuentro sobre prácticas audiovisuales contemporáneas financiado por el Arts & Humanities Research Council (AHRC) de Reino Unido y con el apoyo de otras entidades, como Modern Art Oxford, la Universidad Internacional de Andalucía y el Instituto Cervantes. Y junto a compañeros del Departamento de Educación también conseguimos financiación del Economic & Social Research Council para organizar Breaking Boundaries?, una serie de seminarios dedicados a discutir en qué medida las tecnologías pueden facilitar la participación cívica, la mejora de la sanidad en países en desarrollo o el acceso a oportunidades educativas.
P.- ¿Cuáles fueron las claves de su tesis?
R.- El estudio adopta una perspectiva socio-técnica, lo cual implica centrarse en comprender el papel de la tecnología dentro de un complejo entramado social y cultural. Lo importante no es el potencial o las cualidades de la tecnología en abstracto, sino cómo se utiliza y cómo es moldeada por quienes la usan en contextos concretos. Mis conclusiones vienen a confirmar lo que otros estudios empíricos apuntan desde hace años: que es fundamental tener en cuenta las especificidades del contexto. Mi tesis analiza iniciativas dedicadas a la producción de lo que se conoce como Recursos Educativos Abiertos, OER en inglés, que son materiales a los que puede accederse de manera gratuita y cuyos autores dan además permiso para su reutilización y adaptación, usando para ello licencias abiertas, fundamentalmente Creative Commons. El Massachusetts Institute of Technology (MIT) desarrolló un modelo llamado OpenCourseWare (OCW) que ha sido posteriormente adoptado, con mayor o menor éxito, por otras universidades en diversos países. Mi trabajo se centraba en las complejidades que emergen al tratar de replicar este modelo.
¿Una manera de aplicar la tecnología en la enseñanza?
Preguntado por qué comportaría una aplicación óptima de las nuevas tecnologías en el ámbito educativo, Villar Onrubia señala que existen muchas maneras. Por ejemplo, cita, el modelo propuesto bajo la idea de connected learning permite vincular los procesos de aprendizaje en instituciones educativas con comunidades más amplias de pares y de mentores que comparten un interés en alguna temática. “Lo interesante es que al participar en estas comunidades se pueden desarrollar habilidades y adquirir conocimientos que tienen relación directa con el contenido curricular”. Otro ejemplo que saca a la luz es el proyecto #Phonar, en el que Jonathan Worth conectó a los estudiantes de su asignatura sobre fotografía y narrativa en la Universidad de Coventry con una comunidad mucho más amplia formada por personas de diversos lugares del mundo. Para comunicarse utilizaron blogs, Twitter y Google +, en vez del campus virtual de la universidad.
En su opinión, el hecho de que la información haya pasado de ser un bien escaso a uno abundante ha propiciado que el saber buscar sea uno de los aspectos clave para el buen uso de la tecnología en el aula. “Hay quien opina que es más efectivo emplear el tiempo en clase para trabajar en grupo, hacer ejercicios prácticos con la supervisión del docente o resolver dudas. Es lo que se conoce como flipped learning”. No obstante, también reconoce el peligro de hablar de aplicaciones óptimas, pues de esta forma se minimiza la importancia del contexto.
“No se trata de innovar por innovar o de usar herramientas nuevas porque sí, sino para tratar de mejorar la implicación y el aprendizaje. Si eres un profesor al que se le dan estupendamente las clases magistrales y consigues con ellas enganchar y motivar a tus estudiantes, no veo por qué tendrías que sustituirlas por flipped learning. Aunque quizás puedas beneficiarte del uso de tecnologías en otros aspectos de tu labor”.
De este modo, concluye, no hay que perder de vista que lo importante aquí es ayudar de la mejor manera posible a que los estudiantes aprendan. “Las tecnologías son al fin y al cabo medios, pero no un fin en sí mismo. Se trata de reconocer que hay un amplio abanico de alternativas y de escoger las opciones que mejor se ajustan a cada situación”.
Ventajas de la movilidad virtual para estudiantes
P.- Hábleme de la importancia de la movilidad virtual, especialmente en el contexto actual español. ¿Qué posibilidades tiene?
R.- España se ha consolidado no sólo como el país que más estudiantes Erasmus recibe, sino también como el que más estudiantes envía a otras universidades europeas a través de este programa. Según los últimos datos disponibles, en 2013-14 recibió más de 39.000 estudiantes y envió más de 37.000. En este sentido, la movilidad virtual podría ser una forma de preparar mejor a los estudiantes que van a salir al extranjero, de tal manera que puedan empezar a desarrollar desde antes una serie de competencias que faciliten el proceso de adaptación e integración por el que, idealmente, van a pasar una vez estén en el lugar de destino.
P.- También aporta la posibilidad de vivir una experiencia cultural a aquellos alumnos que no tienen recursos para cursar la Erasmus.
R.- Así es. Y, además, mientras que el programa Erasmus se limita a intercambios dentro de Europa, la movilidad virtual permite establecer colaboraciones con cualquier parte del mundo y, por tanto, puede facilitar el contacto con un abanico de culturas mucho más amplio. En cualquier caso, idealmente la movilidad virtual debería entenderse como un complemento, no un sustituto de la posibilidad de pasar un temporada en alguna universidad extranjera.
P.- En este sentido, ¿cree que internet será finalmente la gran herramienta para democratizar la educación como presumen algunos teóricos de la educación?
R.- Pensar que la tecnología por sí sola puede resolver los problemas de la humanidad no sólo sería ingenuo, sino que además implicaría adoptar una posición determinista que niega el peso de las dinámicas sociales, culturales, políticas y económicas. Se suele hablar de cómo la tecnología cambia a la sociedad, pero se obvia con frecuencia cómo las personas influimos en la tecnología. Internet puede favorecer la libertad de expresión, pero también puede usarse para todo lo contrario. Hay gobiernos que bloquean el acceso a determinadas plataformas, vemos cómo el control de las comunicaciones es cada vez mayor y desde ciertos sectores con claros intereses económicos se ejerce presión para acabar con el principio de neutralidad de internet.
La idea de que las tecnologías han venido a revolucionar el mundo de la educación no es nueva. Thomas Edison vaticinó a comienzos del siglo XX que en pocos años la imagen en movimiento vendría a sustituir a los libros de texto. Años después, la radio, la televisión, la informática e internet parecían estar destinadas a transformar de manera radical la educación. Sin embargo, los cambios han sido mucho más modestos de lo esperado. Obviamente, todas estas tecnologías proporcionan importantes oportunidades para el aprendizaje, pero también contribuyen a agravar la brecha entre los que más tienen y los que menos. Si eres un niño en una población donde el trabajo infantil es la norma, por mucho que tengas acceso a internet las oportunidades educativas van ser pocas, a no ser que se pongan en marcha intervenciones educativas y sociales orientadas a cambiar esa realidad. Igualmente, si vives en un país desarrollado pero estás en un contexto desfavorecido, las opciones son bastante limitadas por muchos MOOCs que en teoría podrías estar haciendo.
En cuanto a la oportunidad de comunicarse y colaborar con estudiantes en otras universidades del mundo, no basta sólo con la tecnología. Es necesario proporcionar al profesorado la formación necesaria, así como dar también el apoyo técnico adecuado. Sin todo esto es poco factible que este tipo de iniciativas vayan más allá de ser actividades muy puntuales disponibles sólo para unos pocos.
P.- He leído que rechaza el concepto de nativo digital. Cuénteme por qué y si se ha avanzado a la hora de abandonarlo.
R.- Hay un amplio consenso en la comunidad científica en cuanto a las limitaciones de este concepto. Sin embargo, pese a la falta de respaldo por parte de los especialistas, la idea ha calado profundo en algunos sectores. El término presupone una serie de habilidades innatas y prácticas relativas al uso de la tecnología que estarían determinadas por una única variable: la edad. Es una simplificación excesiva. De hecho, cuando Prensky acuña el término en 2001 no se basa en datos empíricos sólidos, sino más bien en observaciones anecdóticas poco rigurosas.
Desde entonces han sido muchos los autores -recomiendo en especial leer a Neil Selwyn- que ponen en cuestión su validez. Los estudios empíricos indican que otros factores como el género, la etnicidad, el nivel educativo, el estatus socio-económico u otros atributos tienen un peso igual o mayor que la edad. Además, demuestran también que a pesar de las diferencias que pueda haber con respecto al uso de la tecnología debidas a la edad, no existe una brecha generacional insalvable.
La metáfora de Prensky divide a la población en dos categorías mutuamente excluyentes, o eres nativo o eres inmigrante digital. Y seas lo uno o lo otro, lo eres para toda la vida. Pero la realidad es mucho más compleja. White y Le Cornu proponen una metáfora alternativa, que es la de los “residentes” y los “visitantes” digitales. Aunque tengo algunas reservas sobre esta analogía, al menos refleja la posibilidad de moverse de un punto a otro y, de hecho, los autores reconocen que la mayoría nos situamos en algún lugar intermedio variable, en vez de en los extremos absolutos.
P.- Facebook nació en la universidad. Para terminar, querría saber qué uso académico real se le da a las redes sociales y si conoce ejemplos de universidades que hayan desarrollado sus propias plataformas para el contacto entre profesores y alumnos.
R.- Mientras que hay universidades que no se han posicionado formalmente en cuanto a cómo sus docentes pueden incorporar este tipo de herramientas en su labor, otras han desarrollado políticas o guías que establecen pautas más o menos claras. Es un tema complejo, porque en espacios como Facebook la línea entre la esfera profesional y la personal se difuminan. Y en la mayoría de los casos supone además depender de empresas cuyo modelo de negocio se basa al fin y al cabo en explotar comercialmente datos personales. Esto puede plantear problemas éticos complejos, ya que cualquier actividad está condicionada por los términos y condiciones de estos servicios, lo cual tiene importantes implicaciones, por ejemplo en términos de protección de datos o propiedad intelectual. Teniendo en cuenta esto, lo fundamental es proporcionar formación tanto al profesorado como a los estudiantes para que hagan un uso responsable de estas plataformas y tengan en cuenta las posibles consecuencias de sus acciones. Por ejemplo, ser conscientes de qué permisos le estás dando a Facebook para usar los contenidos que compartes a través de su plataforma.
Hay universidades que han decidido poner en marcha sus propias redes sociales, que ofrecen oportunidades de interacción diferentes a las de los campus virtuales, en los que la comunicación se estructura en torno a grados y asignaturas. Por ejemplo, Elgg es un sistema de código abierto para montar tu propia red social que utilizan varias universidades. Una de las experiencias más interesantes en este sentido, aunque basada en otro software, es el Academic Commons de la City University of New York (CUNY), diseñada para fomentar la comunicación y colaboración entre docentes, personal no académico y estudiantes de esta universidad, pero también para compartir contenidos con un público más amplio. Para todo ello la plataforma cuenta con blogs, grupos temáticos, perfiles personales, foros de discusión y wikis. Pero lo importante no es la plataforma en sí, sino que han sabido conectar con las necesidades de su comunidad y ofrecer una serie de servicios que son relevantes para sus miembros. De nada sirve tener una plataforma maravillosa si después no la va a usar nadie.