¿Por qué elige alguien una especialidad como cirugía cardiovascular pediátrica? ¿A cuántas operaciones de este tipo ha podido asistir un médico en formación como para decantarse por una opción tan específica? Pocas, probablemente ninguna. Al doctor Amir-Reza Hosseinpour, que dirige este área en el Hospital Virgen del Rocío, fue un niño el que le cambió la vida. Durante uno de sus últimos años de carrera, este iraní de 52 años vio entrar en el quirófano a una criatura completamente azulada -cianótica se emplea en medicina-. Unas horas después, pudo contemplar cómo su color de piel había mejorado notablemente y su aspecto era del todo distinto: “Rosita, rosita”, recuerda, y se le alegra la voz. Inmediatamente lo tuvo claro y nunca ha cambiado de opinión.

“El mío es un campo interesante pero como cualquier otro. Sin embargo, al rotar por especialidades, hay cosas que pasan por casualidad y nos inspiran. Puede que algún día uno logre impresionar al jefe y desee quedarse, por ejemplo. En mi caso, fue ese niño el que me inspiró”. No obstante, hay otra variable en su decisión. Su padre era profesor de cardiología en Irán, país del que se marcharon en 1979, con la revolución. Desde niño le había escuchado palabras despectivas hacia los cirujanos, así que puede que algo de rebeldía pero también de herencia haya en el trabajo que hoy desempeña. “Parece que estaba programado para darle un disgusto a mi padre”, bromea. Este año 2016, en concreto, Hosseinpour trabaja desde Lausana, en Suiza, donde pasa un año sabático, dice él, pero que no lo es, pues ha acudido a aprender de los profesionales del Centre Hospitalier Universitaire Vaudois, junto a un colega al que admira desde hace años y con el que tenía muchas ganas de colaborar.

El médico, que tiene también la nacionalidad inglesa desde 1987, pasó parte de su infancia en Estados Unidos y Francia. A sus 17 años se mudó con su familia a Inglaterra. Terminó en Londres el Bachillerato Francés y posteriormente se matriculó en la Facultad de Medicina en la universidad de la capital británica. Se especializó en cirugía en Londres y Cambridge y luego se mudó a Birmingham, donde está el centro más potente en Inglaterra en su especialidad, el Queen Elizabeth Hospital. Llevaba tiempo ejerciendo en la capital británica cuando le llamaron del Virgen del Rocío, en septiembre de 2006: “La oferta era tentadora, ya conocíamos Sevilla y mi mujer y yo pensamos, casi con una idea romántica, que sería bonito aceptarla a sabiendas de que siempre habría tiempo de volver. Empezó como una aventura pero fue una decisión maravillosa a todos los niveles. Mi hijo es sevillano y se siente muy de la ciudad”, celebra.

Aunque su trabajo es cansado y estresante, para él no supone dificultad alguna. “Es mi vocación y mi hobby. A veces pienso que si fuera rico pagaría por hacerlo. Nunca me he deprimido un domingo por la tarde o al volver de vacaciones; al contrario, celebro cuando se acerca la fecha de regresar al hospital”. Tiene, además, motivaciones potentes. Los éxitos, la cantidad de niños a los que ha salvado la vida, por supuesto. Pero sobre todo los fracasos: “El éxito es lo habitual en mi trabajo, el porcentaje es de un 95 o 96 por ciento. No puedo felicitarme por ser un buen cirujano porque por eso me pagan. Lo normal es y tiene que ser que mis pacientes salgan vivos. Pero son los casos que salieron mal, en los que un niño falleció o vivió pero con limitaciones, los que me quitan el sueño. Esos se me pegan en la cabeza, recuerdo todos los detalles, las conversaciones con los padres, cada  momento que pasé con ellos, las noches sin dormir pensando en la oscuridad. De vez en cuando, algunas personas me paran en la calle para agradecerme lo que hice por su niño y no me acuerdo de quiénes son, me da vergüenza. Pero los fracasos no se olvidan, pienso mucho en ellos”.

En concreto, son 15 casos los que le atormentan, 15 en los que quizás las intervenciones quirúrgicas podían haber salido bien. Esos son los que le empujan a estudiar, investigar y viajar, de ahí su traslado a Suiza: “En Lausana hablo a diario con otros profesionales para aprender avances que se puedan aplicar en mi hospital y que nos ayuden a mejorar. Quizás es duro decirlo, pero es ese fracaso el que me impulsa, se lo debo a ellos. Son pocos, lo sé, pero son 15 y no los olvido, aunque lo intentásemos con toda nuestra fe, a veces las cosas salen mal porque la cirugía tuvo lugar en mitad de la noche o por falta de conocimiento…”, se apena.

En Lausana está trabajando junto al jefe de cirugía cardiaca en el hospital y editor de la Revista Europea de Cardiopatía, en la que Hosseinpour es el revisor de una de las secciones. Desde hace año tienen un contacto por escrito de forma constante. “Siempre me habían impresionado su capacidad de innovar, su intuición y su intelecto. En ocasiones me ha dado pistas que he desarrollado en Sevilla con éxito. Truquitos casi más artísticos que científicos, un punto aquí, una coma allá, cuestiones que hacen que el resultado final tenga más brío. He venido para aprender de cirugía pero también de cuidados postoperatorios, de anestesias que son virguerías… Una experiencia más fructífera de lo que imaginaba”.

Conoce el trabajo de hospitales de otros países y considera que el nivel del Virgen del Rocío es excelente. “Tengo una opinión muy elevada de la medicina en España. Sí, hay cosas que en Suiza se hacen mejor que en Sevilla pero también viceversa. Lo importante es conocer unas y otras con la mente abierta para aprender. No he pasado un día en un hospital sin haber adquirido algún conocimiento útil”, explica.

De este modo, recomienda el viaje para cualquier profesional de la salud pero aconseja que este se produzca una vez que se haya dominado la especialidad por completo. “La letra pequeña no se nota sin experiencia pero es la que marca la diferencia. Sin sufrimiento no aprendemos demasiado, no podemos hacer algo revolucionario tomándonos una cerveza. En esta medicina: la letra, con sangre entra. Una vez que un doctor haya trabajado y sufrido como adjunto, podrá irse fuera a empaparse de otras formas de desempeñar la profesión”.

A lo largo de su carrera la técnica ha avanzado indudablemente pero considera que lo verdaderamente revolucionario no es tanto este asunto como el aumento de las expectativas. “Esta es una especialidad relativamente joven. En los años 50 la mortalidad era altísima, que un niño saliera vivo de quirófano era un logro. Entonces, la gente preguntaba si su hijo lograría sobrevivir. Ese fue el primer reto. Luego cambiaron las preguntas: “Doctor, ¿mi hijo llegará a ir al colegio? O ¿jugará en el patio con sus amigos? También lo hemos conseguido en la gran mayoría. Cada vez que hemos logrado una petición, el listón ha aumentado. ¿Llegará a ser madre? ¿Será abuelo?».

Hoy hasta le preguntan si un niño con enfermedad cardiovascular congénita llegará ser futbolista profesional. «Con cada triunfo viene una demanda más ambiciosa y con ella un nivel de responsabilidad mayor. Los médicos tenemos que rendir cuentas. Esta es la verdadera revolución de la salud, pues, a diferencia de lo que sucedía antaño, cuando los cirujanos hacían lo que querían, hoy nos debemos a padres, compañeros, a la dirección del hospital, a la Junta de Andalucía, Ministerio de Salud, a los periodistas… este es el verdadero desarrollo, esa deuda. Y hay quien no la lleva bien y tira la toalla, pero yo lo interpreto como una transformación natural, sólo que nos ha pillado por sorpresa”.

Además de su discurso intelectual y apasionado, de Reza destaca su humildad. Si se le pregunta por sus cualidades como cirujano, descarta cualquier tipo de palabrería que relacione el trabajo de un quirófano con el de un artista. Eso de que un profesional tiene las manos de Miguel Ángel, como suele decirse, le parece una estupidez. “Mi medalla, si he de colgarme alguna, es haber enseñado el oficio a los otros los dos médicos que trabajan conmigo. Llegaron sin saber nada de cirugía cardiaca y me propuse formarlos con rigor, de forma muy activa. Una vez tuve que estar fuera del hospital durante más de una semana y nadie se percató mi ausencia, casi lloro de emoción cuando una compañera me confesó que no sabía que yo había estado fuera. A veces, en Suiza, hasta me pregunto si sigo conservando mi despacho, no me echan de menos, y ese es mi mayor logro, creo que tengo la capacidad de difundir conocimiento y de ayudar a progresar a otros médicos. Claro que tengo habilidad técnica, sí, pero como otros cirujanos, eso es lo que se espera de nosotros. La cirugía no requiere de mucha más pericia que la escritura ”.

Además, Reza procede con exigencia y autocrítica. Sabe que puede haber ofendido a algunos compañeros y lo siente, pero está seguro de que con nadie ha sido tan duro como consigo mismo. “No vamos a ninguna parte si no hacemos un ejercicio constante de autocrítica. Los cirujanos a los que he visto fracasar lo han hecho no en el quirófano sino por a falta de esta capacidad o de interés por aprender más, por ser pacientes, compasivos…”.

Su mayor reto es contagiar a los demás de esta ambición, hacer que los compañeros de otras especialidades implicadas en la operación de corazón de un niño -intensivistas, anestesistas, enfermeros…- se entreguen a fondo en un campo tan específico como lo es el suyo. “Tengo que darles un motivo para que aprendan cómo hacer su trabajo en relación con el mío. Es una labor clave porque en cifras mi cirugía es inferior. Pueden tener tres pacientes cardiacos a la semana y 25 de cirugía general pediátrica. Mi meta es entusiasmarles. Es como un matrimonio, una relación en la que las partes se enfadan pero al mismo se adoran, eso es lo que pasa con las especialidades que trabajamos con problemas cardiacos. Hay que mantener la ilusión, plantearte: ¿Cómo puedo enfadarme sin que deje de quererme?”.

En su opinión, la falta de ilusión y la rapidez para deprimirse es una de las lacras de la medicina española. En Suiza, asegura, hay recortes a diario y todo tipo de problemas en el hospital, pero se encajan de otra manera. “En España tendemos a tirar la toalla, somos fatalistas pero estos males suceden en todo el mundo. Venga, ánimo, tomemos los problemas como un desafío para volver a la situación anterior, todas las crisis de la historia se han superado”.