MARTA CABALLERO | FOTOS: ANDREA BENÍTEZ
Eulalia Moreno (Sevilla, 1957), no pestañea cuando se le pregunta por qué la conservación es un tema global que a todos debería concernirnos: «No tenemos ningún derecho a menospreciar ninguna especie donde quiera que esté y si un país tiene herramientas para ayudar a otro que la perdió, debería hacerlo sin pensarlo», propone con seriedad. Esta fue la frase más severa que pronunció esta bióloga durante su entrevista con Sevilla World en la Casa de la Ciencia, donde ha presentado el proyecto internacional ‘Reintroducción de la gacela Cuvier (Gazella cuvieri) en Túnez’, realizado por el equipo de investigación de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA-CSIC) que ella dirige. El objetivo era trasladar al Parque Nacional de Jebel Serj 43 gacelas de esta especie amenazada para garantizar su supervivencia en la zona.
Afable, divertida, pero rigurosa, concienzuda, así es esta investigadora que ha desarrollado una carrera brillante, ligada a instituciones como el Max Planck de Alemania, donde ha realizado investigaciones sobre Ecología Animal; el British Council, en el que realizó sus estudios de posdoctorado gracias a una Beca Fleming en el Museo Británico de Historia Natural, y el Museo Nacional de Ciencias Naturales en Madrid, del que llegó a ser vicedirectora. Además ha dirigido siete tesis doctorales y participado como investigadora principal en 21 proyectos, 11 de ellos pertenecientes al Plan Nacional, y ha publicado 65 artículos en revistas internacionales.
Desde 1999 hasta 2010, dirigió la Estación Experimental Zonas Áridas (EEZA) en Almería. Y actualmente es Coordinadora del Programa Europeo de Cría en Cautividad de la especie Gacela de Cuvier, y Miembro del Consejo Científico en España del Programa Hombre y Biosfera de la UNESCO (MAB).
Estudió en Sevilla pero cuando pasó a COU destinaron a su padre, que era ferroviario, a Madrid. Eligió Biología porque le fascinaban la naturaleza y la anatomía. De no haber tenido pánico a los muertos, habría hecho Medicina, bromea. En cuarto de carrera, empezó su tesina sobre mamíferos, que siempre le habían apasionado. «Entonces éramos idealistas y yo pensaba que iba a trabajar con los monos de Gibraltar, pero eso no era posible». Cuando terminó la tesina, ya consciente de la imposibilidad de su sueño primero, se centró en una tesis «sobre pajarillos» que sacó adelante ya trabajando.
Al extranjero pese a todo
Cursaba el último año y salió la primera convocatoria de becas postdoctorales en el extranjero. Ella ya era una mujer casada, pero su marido, también biólogo, le animó a solicitarla. No fue una decisión fácil, confiesa, era una época compleja para que una mujer apostase de esa forma por su carrera y ella tenía una edad en la que las mujeres «tienen que tomar decisiones importantes». Pero lo hizo: se marchó a Inglaterra, al British Council, porque Londres estaba a 1.000 pesetas de España mientras que la otra opción, Pittsburgh (EE.UU.), a decenas de miles. Durante ese año, su marido acudía a visitarla o era ella quien regresaba. «Él puso todo el empeño, no todo el mundo acepta algo así», agradece.
La voz se le entrecorta cuando recuerda uno de los momentos más arduos de aquella época. Su padre falleció estando ella en Londres y se le quitaron las ganas de seguir fuera. De nuevo su pareja, y también su madre, la convencieron: «Me decían que era lo que mi padre había querido para mí. En fin, he puesto mucho empeño, me he ganado lo que tengo».
Una vez que regresó, las cosas más o menos le vinieron rodadas. Por aquel entonces, los jóvenes que se marchaban con estas becas tenían otras de reincorporación a su vuelta. Ella la pidió en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid, donde vivió su primera experiencia como gestora y en el que estuvo en la directiva durante 15 meses. Le gustaba el trabajo, pero su talento le puso un nuevo reto por delante, la dirección del centro de la Estación Experimental Zonas Áridas, en Almería. «Lo consulté con mi familia y, una vez más, apostamos por arriesgarnos y me fui sola. Fue duro aunque, por suerte, allí tenía a toda la familia de mi madre. Al año siguiente pude traerme a mi hijo, que entonces tenía nueve años, y dos años después, ya se mudó mi marido». Desde 1999 viven allí los tres.
El tema de la maternidad es otro que nombra cuando se refiere a sus esfuerzos. Puede que de no haber estado tan centrada en su vocación, hubiera tenido más hijos. Pero fue madre -«lo mejor que me ha pasado en mi vida»- de un niño que hoy estudia Ciencias Ambientales. «¿Cómo no iba a estudiar algo de la rama? Si nos lo estamos llevando al campo desde que estaba en el cuco. Yo trabajaba en una sección biológica que tenía el Museo en la Sierra de Guadarrama y allí había una casita en la que el guarda me preparaba una habitación para mi bebé mientras yo realizaba el trabajo de campo. Si el niño lloraba, me llamaba y me volvía corriendo a darle el pecho«.
A lo largo de su carrera le ha apasionado tanto el campo como la gestión. El primero, garantiza, compensa los días sentada en una piedra y rodeada de nieve. «Es bonito ver el comportamiento de los animales, las cosas diferentes que hacen. Pero soy una persona de alma inquieta, me gusta escudriñar casi todo, me da igual que sea un listado de resoluciones del Boletín Oficial del Estado (BOE) que un estudio. Creo que valgo para la gestión, fui responsable de la Estación Biológica del Ventorrillo cuando tenía 37 años, hoy tengo 59. Desde entonces no he dejado la gestión y la he llevado simultáneamente con la investigación».
Cuestiones para la naturaleza
Preguntada por la continuidad de su trayectoria, teniendo en cuenta todos los palos que ha tocado, Moreno ofrece una respuesta que casi alcanza lo poético: «Lo importante no es el animal con el que trabajas sino que seas más o menos constante en el tipo de pregunta biológica a la que le quieres dar respuesta. El organismo puede ser uno u otro pero tú le haces la misma cuestión al sistema. Ya sea ante un ave, una gacela o una lagartija. Si obtienes la misma respuesta, es que hay un patrón. Eso es lo que me ha apasionado, encontrar patrones que expliquen, en general, por qué las especies están donde están y no se van si nadie las echa».
En esa búsqueda de patrones, la investigadora ha dado con importantes hallazgos. Centrada en ver por qué las diversas especies son como son, y por qué siendo así están mejor adaptadas a un ambiente, lanzó una nueva hipótesis para explicar por qué algunas aves forestales se distribuían en el bosque y, dentro de él, en unos árboles determinados.
«Te pongo un ejemplo: si yo no soy jugadora de baloncesto no es sólo porque no me guste sino porque habría tenido muy difícil ser una estrella de la NBA midiendo 1.65, en todo caso una pívot normalita si me hubiera esforzado. Necesitas una morfología adecuada para desenvolverte bien en un medio. Lo demás lo puedes entrenar pero precisas que una parte que tu cuerpo cumpla. Eso explica por qué algunos pájaros están dónde están. En esa comunidad forestal, los que tenían una mayor longitud del tarso eran mejores para explotar el tronco. Y los de tarso más corto se podían colgar mejor. Estos últimos se separaban y explotaban las piñas. Cuando el ojo profano lo ve, percibe una misma morfología pero esas pequeñas diferencias hacen que un pájaro colgado, que es un animal bípedo, pueda vivir perfectamente feliz colgado de una piña, con la dificultad que, en principio, eso conlleva».
P.- Empezó a trabajar en una época en la que la conciencia ecológica vivía días felices. Parece que en España olvidamos luego aquel espíritu combativo de los 80. ¿Cómo lo ve? ¿Hemos retrocedido?
R.- No, pero el avance es lento, a saltos. Hice mi carrera en los 70, años de grandes transformaciones. Los que entonces éramos veinteañeros hemos tenido la misma conciencia conservacionista hasta estos días. Pero las generaciones que han venido después no han tenido ese punto de crítica de cómo iban desarrollándose los avances en temas de conservación. Lo que vivió la gente de mi época es un poco el resultado de nuestra propia historia y del tiempo que nos tocó vivir. Ha habido una generación intermedia que se conformaba con lo que nosotros veníamos consiguiendo. Pero ahora parece que vuelve. Hace dos semanas estuve en Madrid, de jurado en los Premios de la Fundación BBVA a la Conservación de la Biodiversidad, me encontré a muchos compañeros de universidad y fue una alegría inmensa. Todos seguíamos enrolados de forma profesional o amateur en temas de conservación. No sé hasta qué porcentaje pero creo que es muy generacional.
Empeño en el optimismo
A pesar de ser consciente de que muchos han bajado la guardia, a Moreno no le queda otra, fundamentalmente por su manera de ser, que aferrarse al optimismo: «El ser humano no es tonto, aunque muchas veces se empecina, pero creo parará antes de no poder dar marcha atrás en el tiempo. Es verdad que cada vez lo veo más complicado pero necesito creer que no lo vamos a estropear más de lo que ya lo hemos hecho, porque llegaríamos a un punto de no retorno y me da mucha pena. Soy optimista por necesidad mía, por eso confieso sentirme segura de estar siendo objetiva».
P.- Hablando de optimismo y pesimismo. ¿Cómo le dejó la crisis? ¿A cuántos de su equipo se llevó por delante?
R.- Durante los años de crisis me denegaron por primera vez un proyecto de investigación. Desde 1988, que empecé, nunca me habían dicho que no y he venido pidiéndolos cada tres años. En 2013, recibí la negativa. En un año no puedo ser más mala ni tampoco todo mi equipo. La crisis se ha llevado a muchos becarios por delante, incluida a mi última becaria posdoctoral. En Almería somos 16 investigadores. En Doñana, 74. Eso sin contar becarios y otro personal, así te juntas con 300 personas. En Almería, en el mejor de los casos, somos 80.
Trabajar con África
De vuelta a la gacela, Moreno explica que lleva años estudiándolas, desde que pudo regresar a su vocación original, los mamíferos. El CSIC ya había colaborado con Túnez en proyectos de reintroducción previa, en los 90. En 2013, se ponen en contacto de nuevo con el director de la Estación para renovar la colaboración. En concreto, querían reintroducir la gacela, que originalmente se distribuía desde Marruecos hasta Túnez, donde prácticamente está extinta, salvo un pequeño grupo en un parque nacional al Oeste de Túnez, en la frontera con Argelia.
«Primero pedimos información de lo que había sucedido con los proyectos anteriores, porque en África la comunicación no resulta sencilla en ningún país. También he trabajado en Senegal y en Mauritania, el denominador común es que tienen otros problemas más grandes que la naturaleza. Aún así, es verdad que tienen que interés. Después del informe hicimos una diagnosis de lo que había pasado, queríamos saber dónde se habían equivocado para enmendar los errores. En estos países no puedes hacer experimentos y tienes que asumir riesgos. Les hicimos una propuesta del traslado de animales sólo si cumplían una serie de criterios imprescindibles para asegurar o maximizar el éxito de la iniciativa».
43 ejemplares vuelven a su hábitat
Tras todas esas gestiones y requisitos, en el 2014 realizaron el primer viaje y volvieron al país en 2015. En estas estancias realizaron un estudio de viabilidad, distribución, consulta de bibliografía del XIX, medidas sanitarias, infecciones, disponibilidad de hábitat y de alimentos, si se van a morir de hambre, si hay depredadores… Finalmente, buscaron la financiación y la encontraron. Se marcaron los plazos, llevarían los 43 ejemplares entre agosto y diciembre de 2016. Enseguida empezaron a trabajar tanto desde Almería como desde allí.
«Hemos tenido bajas, algo normal hasta un 25%, y nosotros no estamos ni siquiera en el 10%. Es un lugar diferente, de humedad y climatología distintas, igual que la alimentación. Pero es su sitio. Es una gacela que ha vivido toda su vida en el Atlas. Desde 1975 se llevaron las primeras a Almería. No es selección natural pero los animales que sobrevivan son los mejores, tendrán mejores descendientes y serán usados para colonizar de nuevo el país.
El proyecto no sólo de reintroducción sino también de investigación y lleva aparejadas una serie de hipótesis. Si la sale como los datos científicos de la especie les adelantan, debería haber un crecimiento de la población alrededor de un 30 por ciento anual. Han llevado 31 hembras. «Quiero ser optimista, el objetivo de los dos países es tenerlos controlados en cercales de aclimatación entre 2017 y 2018. Luego hay una zona en las estimaciones del Atlas en la que vamos a ir soltándolos. Y de ahí, al campo. Lo bueno es que no hay pueblos de por medio. Si tenemos excedentes de animales en el 2019, los llevaremos a la zona de presuelta para que se adapten. Los que están allí a nada de soltarlos estaban encamados como si hubieran vivido en ese espacio toda la vida. Es algo que no hacían en Almería pero allí rápidamente cada animal tenía su cama. Los adultos no tienen problema con los depredadores pero los chotos sí.
Son tres personas en el equipo, dos en Almería y un tunecino que reside en París. Se turnarán para viajar varios días cada mes hasta abril, cuando pasarán un periodo más largo, a partir de la segunda quincena. Mientras habla de esto, 43 animales pastan en su lugar de origen.