M.C. | FOTOGRAFÍAS Y VÍDEO: ANDREA BENÍTEZ
Cuando tenía 13 años, Manuel Muñoz Medina empezó a trabajar en una herrería en Sevilla. Desde Puerta Osario, cogía cada día un autobús que le dejaba en el Casino de la Exposición, y de ahí otro hasta Heliópolis. Después, todavía tenía que caminar tres kilómetros hasta llegar a su lugar de trabajo. El empresario evoca aquellos días desde su despacho en Alcalá de Guadaira, una habitación con vistas al campo, un muestrario del producto que fabrica su compañía, Guadarte, hoy una gran casa de muebles y decoración que levantó en soledad hace 35 años.
Junto a las oficinas, el visitante puede acceder a decenas de salones y dormitorios. Diferentes entre ellos, sí, pero todos con una impronta que los emparenta, la calidad, el diseño, la fabricación artesanal y el acento andaluz. Abajo se encuentran las dependencias de la fábrica, un gigantesco y luminoso conjunto de naves. Por una pequeña puerta, se accede a una auténtica panorámica de los antiguos oficios.
Un embriagador desfile de aromas -barro, pintura, tinte, madera, hierro, barniz…- recibe al que la cruza. Dentro, alfareros, pintores, herreros, tapiceros, ceramistas, costureras… trabajan con mimo en la fabricación del producto Guadarte, que abarca todo tipo de objetos para el hogar o para hoteles. Durante el paseo por esta pequeña ciudad de artesanos suenan las sierras, los tornos, las fraguas… y se tiene la sensación de viajar a la manera en la que antes se hacían las cosas.
Cuando la herrería en la que trabajaba quebró, el futuro empresario se reconvirtió en comercial. Lo primero que vendió Muñoz Medina fueron cuadros del delineante que trabajaba con él. Más adelante, comenzó a viajar y a fijarse en piezas de artesanía de otros lugares.»Hay miles de alfareros en Triana ¿Por qué no hacer algo parecido en Sevilla?«, se preguntaba. Si podía vender pinturas, ¿por qué no intentarlo con la cerámica?
Compró un pequeño horno de un metro cúbico, le costó 25.000 pesetas. Y fundó su taller junto al Guadalquivir, en la zona donde se fabricaban los ladrillos, un auténtico enjambre de alfareros y artesanos.
A los que contrató, les pidió que realizaran piezas similares a aquellas de las que se había enamorado en sus estancias fuera de la ciudad. Las primeras remesas de pequeña producción funcionaron perfectamente.
«Vi que podíamos avanzar y compré un horno más grande. Pero fue un desastre, metíamos 20 piezas y salían 40. Fui a ver a un químico a Valencia, le enseñé las fotos de los trozos rotos. El hombre se echó a reír cuando me preguntó dónde estaba el taller y yo le confesé que a cuatro metros del Guadalquivir. La humedad era lo que nos impedía funcionar, por eso nos mudamos a Alcalá«.
Una vez instalados en la nueva localización, el empresario quiso seguir creciendo. Sus años en la herrería le llevaron a pensar en la belleza de una mesa de forja combinada con la cerámica que Guadarte ya estaba realizando. Empezó a diversificarse, a contar con otro tipo de profesionales: escultores, pintores, diseñadores… «Si podía vender cerámica en una tienda, también podía hacer lo propio un sofá. A fin de cuentas, es el mismo cliente y el mismo tiempo«, reflexiona.
Aquello sucedió en un momento en el que España iba hacia arriba. Muñoz tuvo claro que de la misma manera que el país empezaba a mirar hacia afuera, también debía hacerlo su fábrica. Casi desde el principio, apostaron por estar presentes en las ferias internacionales más potentes del sector. Milán, París, Miami, Pekín, Moscú, Shanghai… «La exportación fue el escalón clave. La ayuda de Extenda fue vital para poder tener oficinas y contactos en todos esos lugares».
Además de la mentalidad internacional, crear un producto distinto fue su otro pilar. «Nuestro catálogo puede gustar o no según la persona pero nadie puede negar que se diferencia de todo lo que hay en el mercado. Tenemos grandes diseñadores, un arquitecto en París, decoradores como Pedro Peña, para mí uno de los mejores, y que diseña en exclusiva para nosotros», presume.
Exportar para garantizar el crecimiento
El temblor de la crisis también se sintió con fuerza en Guadarte. «Teníamos el agravante de que nuestro producto no es necesario. Tuvimos que adaptarnos a la realidad y pasar, a nuestro pesar, de 220 trabajadores a 67. La exportación es lo que nos mantiene en pie. Cualquier empresa debería pensar en ello si quiere sobrevivir. Por suerte, el mundo hoy es pequeño, nos como antes, cualquier cosa, el pan de Alcalá, que es buenísimo, las tortas de Inés Rosales o mis muebles son exportables. Tenemos que ser conscientes del talento que hay en nuestra tierra y de lo mucho que interesa fuera«.
Actualmente, el 60 por ciento de su facturación procede del extranjero. Tienen clientes en 39 países. Según el fundador, los mercados se van alternando según las circunstancias políticas, económicas… pero siempre hay varios en alza e interesados en el producto español. «Procuramos cada año sacar material nuevo. Ahora, por ejemplo, tenemos con una colección de diseño más contemporáneo creada por Peña. Si no hay renovación, las empresas se mueren», insiste.
Diseño internacional, sabor local
A lo largo de estas tres décadas y media, Guadarte ha trabajado para clientes como Casa Real, hoteles de cinco estrellas como el Abama, el Villa Marie, el Marqués de la Ensenada y restaurantes como el del Santiago Bernabéu, y «otros muchos» que, por discreción, no pueden mencionar. Su objetivo es seguir a este nivel manteniendo la innovación en la cerámica, la forja, la tapicería, el acero… y a aportar a todos ellos un cierto sabor andaluz.
«Nuestra cultura es nuestra bandera, hay que defender de dónde venimos y qué hacemos. El objetivo es mantener la supervivencia de nuestro equipo y distinguirnos de otros mercados apostando por la calidad, la seriedad… Afortunadamente, la marca España suena cada día más en moda, gastronomía…. se están haciendo las cosas bastante bien y eso repercute en nuestro sector. Guadarte seguirá siendo una empresa familiar. Y yo me encuentro bien para seguir al frente».