TEXTO: MARTA CABALLERO
VIDEO Y FOTOS: ANDREA BENÍTEZ

El día que llegamos al domicilio familiar de Cristina Montes, unas notas musicales nos indicaron enseguida cuál era el portal al que nos dirigíamos. Imposible no detenerse a escuchar unos minutos tan hermosa pieza antes de llamar al timbre. En ese momento, la arpista sevillana preparaba un concierto que ofrecería al día siguiente en el Espacio Joaquín Turina junto a la Orquesta Bética de Cámara.

Después de aquel recital, la intérprete regresó a Los Angeles, donde reside actualmente, y a una vida de viajes propia de una figura mundial en el arpa. Nunca se había acercado a este instrumento hasta que en el conservatorio se lo ofrecieron siendo una niña. Su madre había visto en ella cualidades para el canto pero no le permitían acceder a esta modalidad hasta los 16 años. Ella tenía nueve, era el mes de noviembre y para el resto de instrumentos se habían agotado las plazas. “Mis padres me apuntaron a arpa sin casi saber ni ellos ni yo lo que era aquello”.

Cristina es más bien menuda, pero se crece en cuanto comienza a tocar. En aquellos primeros años, el instrumento le resultaba imponente. “Es lo que recuerdo de la primera vez, su enormidad. Me había imaginado otra cosa diferente, como la cítara de los romanos, algo más manejable. Jamás había visto un arpa de cerca pero me enamoré de ella desde el principio. María Vicenta Diego, la catedrática del Conservatorio Superior de Sevilla, animó a la familia a que compraran un arpa propia para la niña, que pronto demostró una gran capacidad de aprendizaje.

“Es un instrumento caro, no bajan de 20.000 euros las de adultos ni de 6.000 las de niños. Luego hay que sumar el mantenimiento, las cuerdas…”, señala. Pero su familia decidió apostar por sus dones para la música y le compraron un arpa rusa de segunda mano, que conserva, y a la que le tiene mucho cariño. Enseguida se sintió cómoda con el aire de exclusividad que le otorgaba la disciplina: sus compañeros en el Colegio El Buen Pastor se acercaban a ella con curiosidad, rememora, pues nadie más en el centro sabía tocar aquel hermoso monstruo de madera.

Concursos internacionales desde los 14 años

También se acuerda de la excelencia del profesorado en el conservatorio. “Mis profesores vieron capacidades en mí, me apoyaron siempre. Me decían que me crecía ante el público, que no tenía miedo al escenario y destacaban mi musicalidad”. A los 14 años, con estos atributos, empezó su periplo por concursos internacionales, siempre acompañada y apoyada por sus padres.

Le gustaba viajar al extranjero, conocer a otros arpistas, preparar nuevos repertorios y asumir retos tan complejos como estar dos años entregada a una serie de partituras para luego jugárselo todo a una carta, en unos pocos días. “Son como unos Juegos Olímpicos, no tocas sólo para un público sino para un jurado que no valora únicamente la técnica, que es más o menos objetiva, sino que entra en cuestiones más subjetivas sobre tu forma de interpretar. La preparación técnica empieza uno o dos años antes, requiere un estudio profundo. Luego el tiempo corre y tienes que expulsar el estrés y centrarte en un repertorio muy grande en el que has trabajado durante mucho tiempo”.

Ganó el Arpa Plus, el Juventudes Musicales, el Torneo Internacional de Música en Italia, el Internacional de Japón… Premios que fueron consolidando su nombre en España, donde el arpa es una disciplina relativamente joven a diferencia de países como Francia o Alemania. La composición, sin embargo, le llamó menos la atención: “Gané el Concurso Ruta Quetzal con una pieza mía pero me atrae más la interpretación. Sin embargo, disfruto estando al lado de los compositores, ayudarles es una manera de fomentar el instrumento”.

Con apenas 18 años, se marchó a Berlín tras ganar una plaza de dos cursos para tocar en la famosa orquesta de la Staatskapelle, dirigida por Daniel Barenboim. Aquello era el paso previo a la profesionalización. Fue el maestro, con el que había coincidido tiempo atrás en la Orquesta del Diván, el que la seleccionó. “Llegué allí entusiasmada y mereció la pena aquel periodo de aprendizaje intensivo. Con él cada ensayo es una clase magistral. Más que dirigir a la orquesta, algo en lo que es fabuloso, Barenboim te transmite su pasión por la música, nos anima a escucharnos unos a otros, a trabajar en conjunto. Te habla de música, no de técnica específica. Él fue el gran aliciente para marcharme a Alemania”.

Barenboim alabó de ella su musicalidad. La técnica la mejoró notablemente aquellos meses, donde se enfrentó a un nuevo repertorio, al trabajo orquestal… Sin embargo, pronto se le cruzó una nueva oportunidad. En Valencia, otros dos gigantes, Lorin Maazel y Zubin Mehta, estaban creando la Orquesta de la Comunidad Valenciana, para la que estaban realizando audiciones con músicos de todo el mundo. Montes logró la plaza de arpista.

No podía dejar pasar esa oportunidad y regresé a España para participar en este nuevo proyecto en el que nos dimos cita músicos muy jóvenes e ilusionados. Enseguida hicimos equipo, todos estábamos dispuestos a colaborar, había una energía especial, una vocación de crecer en conjunto”.

Más divo y más técnico, también Maazel fue un maestro inolvidable para ella y el resto de miembros de la formación: “Era muy estricto pero su técnica en la dirección era sencillamente perfecta. Fue un padre profesional para todos nosotros, por eso sentimos tanto su muerte”. A juicio de Cristina Montes, «Mehta, sin embargo, era más cálido y cercano a los músicos», compara.

Más adelante, decidió centrar sus esfuerzos en su carrera como solista y desde hace un año reside en Los Angeles junto a su marido, que ganó la plaza de trombón en la capital californiana. Allí no conoce demasiadas rutinas, pues sus compromisos la empujan a viajar constantemente. Ha estado en todas partes, desde el Festival de Reims, en Francia, al de Río de Janeiro, en Brasil. Ha tocado junto a la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela y ha impartido clases magistrales en Chile. Entre tanto vuelo, también disfruta actuando en España, en escenarios de primer nivel como el Auditorio Nacional en Madrid, o en Sevilla, adonde siempre le gusta regresar: “No estoy tanto como quisiera pero siempre me lo paso muy bien trabajando en Sevilla”.

Promedio de cuatro horas diarias

De Norteamérica le gustan los aplausos y la pasión que se respira hacia la música, a pesar de no contar con la misma tradición de Europa. En Los Angeles continúa grabando discos de diversos repertorios para arpa, entre ellos uno publicado recientemente de autores españoles, con piezas que nunca se han tocado. “Tengo poca rutina porque paso mucho tiempo de viaje. Es algo a lo que te acostumbras. Si estás dos semanas en un mismo sitio, al final el cuerpo te pide actividad. Siempre estoy pensando nuevas ideas, tratando de innovar. Y, en mitad de todo esto, paso una media de cuatro horas al día tocando, incluso en vacaciones, pues los arpistas no podemos abandonar nuestro instrumento para que no se nos ablande la piel”.

A Montes le gusta combinar los grandes conciertos con la música de cámara, así como colaborar con otras artes como la danza y el teatro. De la misma manera que sigue entusiasmándole el mundo de las orquestas y también la enseñanza, pues es catedrática (ahora de excedencia) en el Conservatorio de Valencia. “Me fascina el trabajo con los alumnos”.

Preguntada por la crisis que ha vivido la música clásica en España, resuelve que ha sido la generación posterior a la suya la que más la ha padecido. “Hay músicos muy buenos que no han encontrado su sitio en España o que se han tenido que marchar. Todo se ha parado: no salen plazas en orquestas ni en conservatorios, donde han dejado de crearse nuevas especialidades. También se han resentido los festivales y las producciones son mucho más pequeñas que hace unos años. Donde antes había ciclos de 20 recitales, ahora los tenemos de cinco. En Norteamérica es distinto, allí la crisis no se ha nota, empezó antes y terminó antes y las orquestas, que funcionan por mecenazgos, son más potentes. Claro que han tenido también sus huelgas y sus problemas, pero es otro nivel”.

La vida de esfuerzo y tesón de Montes le ha merecido y le merece la pena: “Cuando algunos de los mejores directores del mundo han hablado de mí con grandes palabras, o cuando lo han hecho grandes arpistas, ves que tanto trabajo está compensado, igual que compensan los aplausos”.