La pinacoteca al aire libre de Alexandra del Bene Pintora autodidacta, Alexandra del Bene se instaló en Sevilla en 2010 buscando el sosiego de una ciudad de dimensiones abarcables. Ahora es la grafitera predilecta de la hostelería y el comercio, hoy los lucen más de 70 establecimientos
MARTA CABALLERO | REPORTAJE GRÁFICO: ANDREA BENÍTEZ

En la intersección de la Calle Harinas con Mariano de Cavia, en pleno centro de Sevilla, se pueden contemplar varias obras de la pintora Alexandra del Bene (Roma, 1968). Un mural en una taberna, la fachada de una cafetería… «Es bonito contemplarlas y pensar que estoy poniendo color en esta ciudad», sonríe.

Allí nos ha citado por la mañana para recorrer parte de la pinacoteca al aire libre que viene plasmando por la capital, desde que en 2011 decidió instalarse en Triana. Hoy lleva más de 70 grafitis: desde la verja del mítico Casa Vizcaíno, en la calle Feria, al famoso trampantojo al final de la calle Calatrava, donde unas sombras en la pared hacen que el viandante piense que hay mesas y comensales allí.

Sus obras se han mimetizado con el paisaje urbano de Sevilla. La taberna más antigua de la ciudad, El Rinconcillo, en la calle Gerona, tiene un gran Del Bene en su puerta. Igualmente, otros establecimientos señeros han contado con su arte. Así, la Bodeguera Romero (calle Harinas) y la Bodega Góngora (calle Albareda). También negocios más recientes como La Comidilla (calle Callao) y Mil Caras (Jesús del Gran Poder) tienen sus dibujos en los cierres metálicos. Cuando estos cierran, es cuando puede contemplarse el museo nocturno de Del Bene.

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De la Toscana a la India

Del Bene vivía en la India junto a su hija. Fue la niña la que le pidió que buscaran un lugar más tranquilo. Pensó en Andalucía, en la posibilidad de ir rotando por varias ciudades de la región, en las montañas de Sierra Nevada, en el mar de Cádiz. A Sevilla llegaron por casualidad. Simplemente, encontraron el vuelo más barato. Sin embargo, en una primera vuelta por el Paseo de Colón le convenció de que quería quedarse. La belleza del casco histórico y sus dimensiones de proximidad humana le encandilaron.

La artista siempre había demostrado habilidad con el dibujo, aunque en principio le interesaban más las perspectivas. Tanto fue así, que los hermanos de un amigo suyo, estudiantes de arquitectura, empezaron a pedirle ayuda para sus proyectos. Cuando se dio cuenta, estaba ganándose la vida colaborando con arquitectos. Fue en su época universitaria, un periodo en el que tuvo la suerte de toparse con el dueño de un conocido estudio romano, que se convirtió en un maestro para ella. «Me enseñó todo tipo de perspectivas y siempre me enviaba a las obras para que fuera consciente de lo que estaba haciendo cuando dibujaba. Me hizo levantar muros, poner suelos de madera, alicatar baños… fue una escuela de vida porque comprobé que podía aprender a hacer cualquier cosa«.

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En la Toscana, donde residió más adelante, trabajó como restauradora de frescos. «Pinté en castillos, en casas de nobles, habitaciones de niños, salones, piscinas…». Su primera obra propia fue un trampantojo, una cuerda ornamental que recorría una escalera, como si fuera una barandilla. «La gente la tocaba para agarrarse, quedó tan conseguida que tenía que ir a repasarla cada cierto tiempo porque la pintura se perdía con el roce». En aquel momento, se dio cuenta de que podía explorar sus posibilidades como pintora.

Llamada, de nuevo, por un arquitecto, se marchó a a India para colaborar en un proyecto de restauración. En la ciudad de Pondicherry también impartió clases en un liceo, precisamente de trampantojos. «Mi hija tenía 10 años y no quería vivir allí. En 2010 decidimos buscar una nueva aventura. Me apetecía España, pero quería algo más tranquilo que las ciudades que ya conocía, Madrid, Barcelona y Valencia. Sevilla fue perfecto».

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«Me planté en la Feria sin saber qué era una pañoleta»

Llegó sin nada pero enseguida empezó a buscarse la vida. Un día se acercó a una guardería para ofrecerse como pintora de habitaciones infantiles pero las dueñas le pidieron un grafiti para su negocio. «No dominaba la técnica y la pintura se me caía encima. Hasta que al final lo conseguí. Les encantó. Al poco de terminarlo, me llamaron para contarme que unos grafiteros habían ensuciado las paredes de al lado pero no la mía. Habían respetado mi trabajo. Las propias profesoras me animaron a seguir adelante. Con mi terrible español empecé a llamar a todas las puertas contando quién era y qué podía hacer«.

Ese mismo año, se había acercado con su bicicleta en la vorágine de preparación de la Feria de Abril. Habló con varias personas hasta que dio con un montador de casetas que le preguntó si sabía pintar pañoletas. Con su escueto español de entonces le dijo que sí sin saber muy bien de qué se trataba. Cuando se dio cuenta, estaba pintando sillas, paredes… «He pasado por muchísimas ferias, por la de Málaga, Lebrija, Tomares, Castilleja… he conocido Andalucía pintando. Todo ese mundo me enganchó».

Confiesa la artista que Sevilla no le resultó fácil al comienzo pero que siempre supo que al final sería divertida. «Hoy es la gente la que va buscando mi nombre en el mural, la que me llama para pedirme un encargo». Preguntada por su estilo, sostiene que lo único que se mantiene es, precisamente, su firma, pues trata de ser original y de superarse en cada trabajo. «Todos mis clientes quieren que su mural sea el mejor de todos y esto me invita a trabajar con vértigo e intentar mejorar siempre. Me divierte innovar, no estar encajada en un estilo».

El camino de la pintura

Además de sus cada vez más famosos grafitis, Del Bene pinta lámparas y otros objetos de decoración, y recientemente se ha estrenado como pintora de lienzo. Lo hizo con un cuadro de Morante, un torero que le apasiona. Al diestro le gustó tanto que fue a conocerla y se lo llevó a su casa. «Me emociono cuando veo todo lo que he ido haciendo. Sobre la pintura, Morante me inspiró. Él es torero como podría haber sido un nuevo Dalí. Es diferente en todo, se le ve en cómo se mueve, cómo se viste». Tras esta obra, ha completado esta serie salpicada por tonos flúor, muy pop, con otros matadores. Así, Padilla, Castiella y Fandi. «Pinté como si toreara, arrastrando un lienzo por el cuadro», cuenta señalando una de estas piezas, hoy colgadas en su estudio. «Admiro cómo se dejan la piel en lo que hacen».

En esa línea de trabajar con pasión también quiere mantenerse ella. «En los cuadros tienes que sacar lo que tienes dentro, es diferente a los encargos que he ido haciendo en Sevilla, con los que también disfruto. Cuando lo logras, el pincel se mueve solo«.

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