El estudio del músico y compositor José María Gallardo del Rey, en su piso en el barrio sevillano de El Porvenir, tiene algo de escenario. Lo preside, mirando hacia el balcón, como si aquel fuera la platea, una historiada silla de enea, frente a la cual se levanta un atril con su última partitura. Cerca está el pie con la guitarra. Son las 10 de la mañana pero desde las siete, como cada día, se ha sentado en la estancia a estudiar. En la misma casa, cuando era un niño, aprendió a tocar la guitarra.

Fue afortunado en la educación musical. Su padre solía llevarle a conciertos, su tío le regalaba discos y su madre, que era una apasionada de la música, tuvo la intuición de buscarle un profesor, un señor del barrio que tocaba flamenco. “Nunca le estaré lo bastante agradecido, porque ese germen ha estado en mi faceta de compositor, en la base de mi vocación de ofrecer al mundo una identidad española a través de la música. Siempre he vivido la sevillanía desde el flamenco”, confiesa. Además del acierto materno, un tío suyo llegó un mañana de Reyes al mismo domicilio con un regalo de los que cambian una vida. Era una guitarra pequeña, la clásica con la funda de cuadros rojos y azules. Dentro de la cremallera, se escondía una partitura del Concierto de Aranjuez. Aquel descubrimiento representa el segundo hito en su carrera como intérprete.

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Pero en realidad, Gallardo, que tuvo un bisabuelo compositor del que, por desgracia, no se conserva obra, pues sus piezas ardieron en un incendio, ya había manifestado su querencia por la música con anterioridad. Tenía cuatro años cuando escuchó por primera vez en una Semana Santa la marcha Amargura. Le entusiasmó tanto que supo desde aquel momento que quería dedicarse a la música. “La gente iba a ver procesiones; yo, a escuchar a la banda”. La pulsión siempre había estado ahí, sostiene. “No he hecho otra cosa en mi vida que ser músico pero lo he conseguido curtiéndome el gusto desde la literatura, desde el arte, desde otras músicas… es fundamental para comunicar emociones, que siempre deben nacer del criterio de la cultura, algo que sólo se logra bebiendo de muchas fuentes”.

Para él, tocar ante una audiencia nunca fue un problema sino una actitud natural. Desde sus inicios cogía la guitarra, se metía en la cocina y le mostraba su madre cada uno de sus avances. Lo mismo cuando acudía la familia de visita, no hacía falta que se lo pidieran pues ya era, como se define hoy, “carne de escenario”. Gallardo, que ha actuado en centros tan prestigiosos como el Teatro de los Campos Eliseos de París, la Ópera de Tokio y el Konzert Haus de Viena, ingresó en el Conservatorio Superior y, a los ocho años, ya ofreció su primer recital. No sintió la presión del público ni la ha sentido nunca. Una vez que finalizó sus estudios, en 1980, empezó a conocer el mundo, a tocar profesionalmente y componer. Existía aún una guerra civil entre el flamenco y la clásica. Él decidió romper la línea entre un bando y otro.

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No obstante, aquellos fueron los años de oro de la guitarra, un instrumento que vivió un boom internacional tras los avances de músicos nacionales como Andrés Segovia y extranjeros como John Williams. Hoy, esa etapa gloriosa se ha esfumado, asegura. “Es un mundo muy endogámico en el que ha dejado de producirse un intercambio de cultura. A menudo, los festivales de guitarra son sólo de guitarra, por eso procuro huir de ellos, me gusta más expandirme junto a otros músicos. De esa época recuerdo su viveza, había muchas ganas de viajar, de empaparte de otras músicas y culturas”.

A finales de los ochenta su carrera vivió un antes y un después. En la misma noche, conoció a dos figuras que cambiarían su vida, Paco de Lucía y Félix Grande. El primero era, simplemente, su ídolo. Segovia le fascinaba pero quien de verdad le volvía loco era el maestro algecireño, que en ese momento estaba buscando un profesor que supiera leer música para preparar el Concierto de Aranjuez. Se lo propuso a él, una tarea que era un dulce pero, a la vez, una gran responsabilidad. “Te vas a aflamencar”, le vaticinaban los empeñados en el enfrentamiento entre el jondo y la clásica. De alguna manera, el que eligiera tirar por la calle de en medio era castigado. Pero Gallardo tomó esa vía y se mudó a Madrid para enseñar a su maestro, que a su vez le permitió que ese hermanamiento de dos estilos que él andaba buscando se hiciera realidad. El estreno en Japón en 1990 fue un éxito.

Ser la muleta de Paco de Lucía

Paco cambió para siempre mi perspectiva musical, me permitió hacer lo que hacía pero agarrado a mi raíz artística. En otros países esta mezcla siempre se ha recibido muy bien, pero en España ha costado mucho más. Por suerte, hoy es un debate superado, el trabajo de un músico se valora ya dependiendo si es bueno o malo, independientemente del género”. Para De Lucía aquello fue una pesadilla. Era, como sostiene Gallardo, “un depredador de la guitarra” y no había casi nada que se le resistiera, pero se ponía malo con la clásica. “Hicimos juntos una gira de un mes por Japón. Yo le daba seguridad; él, me cambió la vida, me dio un nombre en el mundo del flamenco y me abrió las puertas de Carmen Linares, María Pagés, Rafael Riqueni…».

Juicio crítico

Por otra parte, su amistad con el flamencólogo y poeta Félix Grande le puso en suerte conocer a personajes clave de todas las ramas de la cultura. Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Luis Rosales… “El buen músico debe ser un amante de la poesía, de la literatura, del buen cine, del teatro… porque todo eso evita que seas una especie de mecánico, te ayuda a comunicarte con el público, que entiende no de técnica sino de emociones. No sólo se puede estar en la silla delante del atril, hay que salir a la calle, se lo recomiendo a todo el que quiera dedicarse en esto. Hay que vivir y saber que la inspiración puede llegarte fuera de tu silla”.

Los años junto a Teresa Berganza

Otro de los grandes momentos de su trayectoria fue el encuentro con Teresa Berganza a mediados de los noventa. La mezzosoprano le pidió que fuera su guitarrista en los últimos años de su carrera: “Aprendí tantísimo, compartimos tanto… me dio privilegio de cantar mi música cuando podría haber elegido lo que le hubiera dado la gana. Fue una relación muy nutritiva. Ella estaba acostumbrada a trabajar con piano y orquesta, de modo que tuve que hacer una inversión importante para trasladar música no original para guitarra a mi instrumento. Además, en todos los festivales programaba alguna obra mía. Es una mujer de la que estoy musical y personalmente enamorado. Estar con ella significó tocar a Mozart, Vivaldi, Schumann, Bach, Schubert, Tchaikovsky, Bizet… fueron 10 años de hermanamiento increíble”.

Que tu música pueda cantarse y bailarse

También ha sido definitivo en su trayectoria su encuentro con la danza. Sobre todo en el caso de María Pagés, que aún baila piezas suyas, pero también de Víctor Ullate, Lola Greco… «Un guitarrista puede beneficiarse mucho de este encuentro, del concepto de tocar para bailar. Eso en clásica no es lo habitual pero sí en el flamenco. Además, me ha permitido salir un poco de la endogamia, conocer ese mundo de grandes camisetas y escenarios».

Terminando con sus hitos, junto a otra de las figuras de la guitarra flamenca, Juan Manuel Cañizares, estrena en 2005 Mano a mano, con exitosas apariciones en Londres, Washington, Osaka, Tokio, hasta el espectacular concierto ofrecido en el Carnegie Hall de Nueva York, tras el que fueron portada de El País. «Se nos abrieron las puertas de los mejores teatros del mundo. Estuvimos juntos en la última Bienal de Sevilla y estamos promocionando el disco que salió de aquello. Los dos aprendemos mucho el uno del otro».

Últimamente anda Gallardo fascinado con el director de la Orquesta Sinfónica de Sevilla, John Axelrod. “Tenemos una inmensa suerte de que haya llegado a la ciudad. Es un gran artista y una mente prodigiosa a la hora de trabajar con la gente. Hubo un flechazo musical desde el principio. Desde que ha llegado ha programado obras mías, una colaboración con la que estoy muy contento”. En cuanto a la situación de la ROSS, quiere protestar por la falta de apoyos a una formación cuya enorme categoría debería de estar por encima de egos y luchas. «Me gustaría hacer un llamamiento a los ciudadanos y a los medios de comunicación para que se ponga de manifiesto que la ROSS es un tesoro y es tan patrimonio como la Feria, el Parque de María Luisa o el Gran Poder».

Precisamente junto a la ROSS está preparando su próximo disco, Diamantes para Aranjuez, con el que conmemorará el 75 aniversario de la pieza más universal de la música española. Será este trabajo un viaje por los sentimientos y la inspiración que le ha provocado desde que la escuchó por primera vez. Una partitura de tres movimientos llena de guiños a la original, como una suerte de carta de agradecimiento.

Artistas multitarea

Preguntado por la faceta menos amable de la música, aquella que obliga a los artistas a ser embajadores, gestores, productores, jefes de prensa, etcétera, confiesa: “La proyección de un artista depende de muchas variables. Tienes que ser bueno pero también tiene que haber gente que apueste por ti. Antes estabas en tu casa y te llamaban mientras tú te dedicabas a nutrirte. Hoy tenemos que hacer muchas más cosas. Además, el público demanda de ti una presencia en los medios. Es fundamental saber dividir el tiempo, hoy somos personajes multifunción. Lo que es importante es evitar la tentación de resolver la papeleta siendo concertista y funcionario a tiempo parcial. El vértigo que se siente si no suena el teléfono no se produce si tienes una nómina, pero tampoco vas a tener el arrojo adecuado, la valentía de tirarte verdaderamente al ruedo. Es como eso de saltar con o sin red. Además, creo que la enseñanza es algo que debe dejarse para última hora, cuando ya has acumulado una gran experiencia”.

El hecho de haber apostado por un estilo único es una ventaja, asume, en el sentido de que le ha abierto muchas puertas fuera. “Una vez que consigues convertirte en embajador, tienes que encargarte de cambiar el menú de los invitados. No me identifico con un estilo salvo con el mío propio. Hay mucha gente que toca muy bien, que se dedica específicamente a eso, pero yo necesito tener un cierto mercado en el que ser único. La música española es una enciclopedia de ritmo, gusto armonía, melodía… supone una ventaja, por eso tengo la carrera internacional que tengo. Ahora me han llamado para hacer una gira por Australia con varios programas en los que entran unos dedicados a Scarlatti y otros a mis obras de mayor influencia flamenca. Además, interpreto una pieza del compositor australiano Gerlard Brophy, es la tercera que escribe pensando en mí. Se titula Cantigues«.

Para Gallardo, en la honestidad está la clave. Y cuando se refiere a esta virtud alude al hecho de elegir bien los repertorios, de aceptar aquellas piezas que le hagan a uno sentirse bien y no picotear de aquí y allí sin ton ni son. «Habrá mucha gente a la que no le guste lo que toco pero eso no me puede desactivar, tengo que ser fiel a mi camino». Por otra parte, en relación a la evolución técnica, señala que lo importante es salvar «la castración del artista» para llegar a ese punto en el que uno se guste a sí mismo: «Ese es el primer paso para salir fuera, la seguridad que te dan las horas de estudio que llevas en el cuerpo». Además, recomienda la interacción con el público, contarles que van a a escuchar, dónde se ha compuesto, qué cuestiones lo han inspirado…

Próximamente, Gallardo regresará a Australia de gira. Además de la promoción del disco Lo Cortés no quita lo Gallardo, junto al guitarrista flamenco Miguel Ángel Cortés, un trabajo nominado a los Premios de la Crítica, tiene entre sus proyectos la composición de una misa a Jesús del Gran Poder. «Llevo mucho tiempo con ello. Ahí en el atril hay un Réquiem de Fauré. Cada día tengo una querencia mayor por el contenido espiritual. Hay muchas maneras de vivir la fe y en mi música hay algo que se alimenta experiencia mística. Me gustaría estrenarla en Sevilla pero aún está a un 40 por ciento». Finalmente, tiene dos discos en camino este año, uno de ellos junto a la cantante Ayakata Nimoto.