MARTA CABALLERO
En el libro Los Bárbaros (Anagrama, 2008), Alessandro Baricco daba en la clave del asunto: asistimos a una revolución que está fulminando los valores clásicos de la cultura occidental, a un nuevo mundo que se alimenta de la imagen y cuyos métodos de acceso al conocimiento se fundamentan en una navegación rápida por la superficie. Todo es inmediato, el esfuerzo se equipara a una búsqueda veloz en Google y nada está pensado para permanecer. Así las cosas, estamos ante un mundo que es justamente la antítesis de lo que tradicionalmente ha promovido la escuela. La presente es una sociedad de cambios cuya vertiginosidad supera a las reformas educativas, en la que los presupuestos y los planes van por un lado y el día a día dentro y fuera del aula, por otro. A analizar estos cambios y su aplicación se dedica el economista Pablo Zoido (Sevilla, 1973), que desde hace nueve años trabaja como analista en la OCDE, dentro del área del temido Informe PISA, ese documento que cada tres años nos recuerda que España todavía suspende en materia académica.
Desde julio de 2016, Pablo Zoido está destinado en Washington para trabajar desde el Banco Interamericano de Desarrollo, organización supranacional con el fin de contribuir a acelerar la generalización de un buen nivel educativo de numerosos países de América Latina y el Caribe.
Perteneciente a la segunda promoción de la Facultad de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid, Zoido se marchó de España por primera vez para disfrutar de una Erasmus en Bélgica. Después de aquella experiencia, poco más ha residido en su tierra natal. Al licenciarse decidió cursar un master en la sede en Bolonia de la universidad norteamericana John Hopkins. Ese programa le puso en suerte la oportunidad de trabajar en el Banco Mundial, donde se centró en indicadores de gobernabilidad, anticorrupción, evaluación de políticas públicas… Tras cuatro años años, decidió continuar aprendiendo y se mudó a California, donde se matriculó en un nuevo master, esta vez en la prestigiosa Universidad de Stanford. Pasó casi un lustro en Los Angeles y finalmente, tras un breve periodo en Sevilla, encontró el trabajo en el Centro de Desarrollo de la OCDE, donde enseguida se especializó en temas de educación, primero en América Latina y luego a nivel global.
Trabajar en la OCDE
Vive rodeado de personas de diferentes países y culturas y define su rutina como interesante y enriquecedora. En cambio, lo más atractivo de su labor, revela, es trabajar con representantes de otros países, con la gente que está en el terreno. “En PISA colaboramos con funcionarios de agencias de evaluación de la calidad de la educación. En España es el Instituto Nacional de Estadística (INE). Con ellos es como se aprende más sobre el panorama de cada nación. A la vez, nosotros les llevamos experiencias de sitios diferentes o les contamos cómo otros países han puesto en práctica una medida, les abrimos puertas, les ofrecemos formación…”. Si bien echa en falta más experiencias directas en las escuelas, reconoce que en la OCDE tienen el privilegio de colaborar con personas y organismos de primer nivel a escala global, lo cual hace muy atractivo su trabajo.
Preguntado por el caso español, Zoido reconoce que los resultados del PISA no son ni mucho menos los que le gustarían. “No hay ninguna razón por la que España no pudiera aspirar a unos datos mejores y veo que existe la voluntad de tener esa aspiración. Pero para que eso se produzca habría que tener en cuenta la calidad de la educación y la equidad, con el objetivo de que incluso los alumnos desaventajados obtengan mejores resultados. Los países que han puesto el acento en este tema suelen sacar mejor nota y logran reducir las desigualdades”.
Tradicionalmente, los nórdicos ocupan los primeros puestos pero, recuerda el analista, hay casos como el de Alemania, por ejemplo, que en 2000 obtuvo malos resultados y se puso manos a la obra para atajar el problema: “Flexibilizaron su sistema y lograron aplicar normas para dar más libertad y apoyar a los chicos más vulnerables. Sus resultados han mejorado notablemente. Canadá también es un sistema muy flexible donde siempre hay segundas oportunidades. Un estudiante no se queda anclado o en formación profesional o en otra más académica, sino que puede ir de un sitio a otro. Además, cuentan con un apoyo importante a la inmigración, con profesores de distinta procedencia, especializados… son experiencias que deberíamos aplicar en España”, anhela.
En su opinión, la situación española es “especialmente complicada”. No bastaría con centrarse en un grupo de alumnos brillantes o en crear escuelas de excelencia, sino que la solución debería pasar por diseñar políticas que afecten a todos los centros y estudiantes de manera similar, aconseja. Otro de los lastres patrios es el referente al profesorado: “La carrera docente no está estructurada y existen pocos programas de apoyo en su comienzo. Además, se da muy poca colaboración entre los propios docentes”.
La repetición de curso en España es otro mal antiguo y afecta especialmente a los alumnos de entornos económicos desfavorables: “Después de repetir no sólo no mejoran sino que acaban siendo abandonados por el sistema. Insisto en que hay un componente importante de falta de equidad que requeriría introducir mecanismos de detección temprana, incluso en Primaria. Se trata de identificar el alumno y de darle refuerzo pero evitando su estigmatización. Pero eso ni es barato ni es fácil”.
Preguntado por los malos resultados andaluces, Zoido se muestra menos apocalíptico. Para él, esos datos se corresponden con el hecho de que Andalucía presenta un contexto diferente al de otras regiones del país: “Hay menos padres con un nivel de educación superior, por ejemplo. Estamos en la línea que cabría esperar y lo previsible es que vaya mejorando a medida que los andaluces vayan teniendo más educación. En cualquier caso, las barreras socioeconómicas que afectan a la enseñanza no se han superado aún ni en Andalucía ni en ningún otro sitio de España”.
La reducción del gasto en educación
¿Y los recortes? El gasto se redujo en Educación un 21,9 por ciento en 2012 y un 14,4 en 2013. ¿Cómo ha influido en la enseñanza? “En realidad, recortes y malos resultados no son necesariamente sinónimos. Lo que importa es cómo se gasta y hay países que han introducido mejoras en su sistema sin aumentar el gasto. Desde luego que en España hay escuelas públicas de entornos socioeconómicos difíciles donde existen problemas de recursos y en las que el nivel es más limitado”. Con todo, a veces una gran inversión sí es sinónimo de mejoría, como ha sucedido en Corea del Sur, que destina un 8 por ciento del PIB a la educación. Actualmente, España está en un 5%. “Es cierto, si la educación es un tema prioritario para un Gobierno, este tendrá que poner recursos pero, repito, debe saber gastarlos de forma estratégica”.
Aún es pronto para conocer el efecto de la reducción del gasto en esta materia. El PISA se publica cada tres años y los sistemas educativos no mutan de un curso para otro a menos que se produzca un cambio radical como el acontecido, por ejemplo, en Polonia, nación que centró todos sus esfuerzos en paliar el carácter segregador de su enseñanza. “Para ver el impacto en España harán falta de tres a seis años. Todo lo que no sea mejorar es sinónimo de oportunidad perdida, máxime en un país donde la población está cada vez más educada y donde, a priori, los niños reciben apoyos desde edades tempranas, pues la cobertura de nuestra Primaria es potente. Recortes o no, si con estos factores no se produce una mejora, tendremos razones para alarmarnos”.
Pablo Zoido es también crítico con la lacra nacional que vincula la educación con la ideología, ante esa tendencia a que los esfuerzos se pierdan en debates infructuosos y enfrentamientos y no en la calidad de la enseñanza. “A menudo cada Gobierno intenta llevar el asunto hacia su terreno y trata de hacer la guerra por su cuenta. Hace falta un consenso mayor”.
Considera que el reto fundamental pasa por idear un modelo que enseñe a los niños a pensar y abandonar así el aprendizaje centrado en la memoria y la repetición. De lo que se trata, cuenta apasionado, es de crear individuos capaces de dirigir su propio aprendizaje y de analizar críticamente cualquier problema. En este contexto deseable, el docente pasaría de ser un transmisor de información a convertirse en un facilitador, asunto que requiere cambios estructurales en los currículos, en las pedagogías, en una dinámica de mayor libertad en el aula… “Vivimos en un mundo cada vez más complejo e interconectado y los individuos tienen que aprender la importancia de ser más tolerantes y más perseverantes, de intentar comprender al otro…”.
La tecnología no lo es todo
Sobre la tecnología y su aplicación en la enseñanza, Zoido se muestra moderado. Para él, es una herramienta más y el éxito depende del uso que se le dé y de la capacidad de los profesores de utilizarla de forma positiva en su pedagogía. “Tecnología, sí, pero hasta cierto punto y siempre con un uso constructivo, sabiendo integrarla tanto en los hogares como en los centros. Por otra parte, es un mundo que cambia rápidamente y que requiere grandes capitales. En este sentido, no sirve de nada hacer una gran inversión si no viene acompañada de formación del profesorado. Además, hay que evitar que beneficie sólo a un grupo de alumnos, tiene que llegar también a los más desfavorecidos”.
Su propuesta es evitar que la enseñanza viva sujeta a modas, como si cada nueva tendencia fuera a resolver todos los problemas preexistentes. “No hay fórmulas mágicas. Los buenos resultados están relacionados con lo que se hace en la escuela, son los profesores los que están en la trinchera, debemos apoyarlos, escucharlos y dejar que las reformas estén dirigidas por ellos. A todo el mundo le gusta hacer un buen trabajo al final, de lo que se trata es de buscar esos intereses comunes para propiciar la mejora de los alumnos”.
Respecto al evidente deterioro de la imagen del maestro y del profesor en los últimos años, indica que, efectivamente, habría que hacer hincapié en recuperarla pero de una forma nueva: “La disciplina no puede entenderse de la misma forma, el profesor no puede adoptar el rol de un ser todopoderoso y distante sino el de un profesional en continuo aprendizaje, que tiene que innovar, aportar ideas, aprender de sus compañeros… Es un nuevo papel y tiene que ser asumido por todos los agentes de la educación”.
Preocupación por brecha de género
También habría que poner interés en paliar el significativo aumento de la brecha de género que contemplaba el último informe PISA. “Por ejemplo, en Matemáticas las estudiantes manifiestan mucha más ansiedad. Suelen creer que se te dan bien o mal, que no se pueden aprender. Intentar cambiar esa mentalidad en España puede ser interesante. Se trata de romper con esas ideas de que los chicos son más de ciencias y las chicas más de letras, de generar roles y modelos que muestren que ambos pueden aprender esta asignatura siempre que tengan las mismas oportunidades. Las matemáticas son una ciencia de resolución de problemas, en la que no siempre tiene por qué haber una respuesta correcta sino varias. Lograr que se entiendan como una materia que exige reflexión restaría un poco de presión”, ejemplifica.
La lectura, asignatura pendiente
El problema de la lectura es otro de los que aparece de forma repetida en los informes. ¿Por qué no leen nuestros escolares? ¿Es posible que su dificultad para interpretar un enunciado les haga incapaces de resolver un problema matemático planteado por el PISA? ¿Tiene sentido que el sistema se afane en centros bilingües o trilingües cuando la LOMCE no contempla la lectura como elemento clave de la educación? “Es un tema complejo que tiene que ver lo que pasa en la escuela pero también dentro de las familias. Hay que potenciar una variedad, que se lea todo todo tipo de textos y cada vez más de forma digital. Los padres tienen un papel importante en cuanto a modelos de sus hijos. Los estudios reflejan que simplemente conversar en las comidas familiares sobre lo que pasa en el colegio propicia mejoras. Las bibliotecas públicas también juegan una labor importante, al igual que las telecomunicaciones”.
En conclusión, para Zoido el futuro debe pasar por una enseñanza más abierta, por aprender de todos los países que hayan tenido experiencias exitosas, no sólo los de nuestro entorno, pero también ser conscientes de que, a veces, la solución está más cerca de lo que pensamos: “En España hay centros que han obtenido grandes resultados en entornos difíciles. Hay que encontrar un equilibrio”.