MARTA CABALLERO
La directora de Comunicación y Diseño de la multinacional Uniden en Canadá modeló su carrera en Sevilla. A poco que se le trate, Raquel Gutiérrez se aparece ante su interlocutor como una persona de carácter pinturero, asertiva y ágil. Probablemente estas características, unidas a su talento en el diseño y a su capacidad para emprender y moverse de un lugar a otro allá donde esté el mejor puesto del trabajo, le han llevado hoy hasta Montreal. En esta acogedora ciudad de casas bajas reside junto a su marido, de origen francés. Nació en Toledo pero se crió en la localidad cordobesa de Pozoblanco, adonde se había mudado su familia.
A Sevilla no llegó hasta la Universidad. Se matriculó en Publicidad y Relaciones Públicas, una carrera de la que le interesaba la parte relacionada con el diseño. No se consideraba lo bastante buena como para hacer Bellas Artes, así que aquella se le antojaba una buena opción. Y lo fue: al terminar sus estudios, junto a tres compañeros, fundó una agencia. Mientras el resto de su promoción se desvivía por hacer prácticas, ellos decidieron entrar en el oficio a las bravas y probar todas sus vertientes. En otras palabras, llevar el proyecto de fin de carrera a la vida real, abandonar las lecciones teóricas de la facultad y pasar a la acción. El último examen lo hicieron en junio de 2001 y en febrero de 2002 ya habían puesto en marcha La Sonrisa del Yeti.
“Queríamos transmitir la idea de algo único y cercano a la vez. Se nos ocurrió tras un brainstorming pero no se puede negar que dimos con un nombre recordable. De todas formas, ahora veo lo que hacíamos y me da como vergüenza”, se ríe. “Es que todo lo aprendimos sobre la marcha, todo era nuevo: el primer anuncio de prensa, la primera campaña de televisión…”.
Pero aquella experiencia casi kamikaze no se quedó en un juego de recién licenciados, ni mucho menos. Estuvieron cinco años en funcionamiento y su empresa se convirtió no sólo en su portfolio de cara a futuros proyectos sino también en el catalizador de una forma de trabajo que les acompañaría en adelante. “Cuando empiezas a ejercer siendo tu propia jefa, ya no bajas de ahí. Es una manera de trabajar que no adopta el que empieza en una empresa desde abajo. En muchos sitios me han dicho que tenía demasiada experiencia, saben que si encuentras algo mejor te vas a marchar. Y tienen razón”.
Entre los clientes de La Sonrisa del Yeti figuraba Huerta Campo Rico, una casa de pimientos envasados de San José de la Rinconada (Sevilla). En esa época habían empezado su expansión nacional y barajaban la internacional. Su agencia fue la encargada de ejecutarlas. Buscaron una imagen de marca, realizaron una campaña completa de marketing, otra de televisión… cuando les dejaron, ya habían dado el salto deseado. Además, realizaron campañas para ayuntamientos como el de Sevilla, el de Córdoba… la agencia empezó a funcionar, de modo que Gutiérrez se mudó a Madrid para atender a los clientes de la capital.
Profesora universitaria antes que licenciada
Siguió siendo la jefa de Arte y montó la oficina en casa. En ese momento la llamaron de ESNE, adscrita a la Universidad Camilo José Cela, para contratarla como profesora en el grado de diseño. No había terminado la carrera (le quedaban tres asignaturas), tenía 26 años y ya daba clases de Diseño y Creatividad. “Podía compaginarlo bien con mis funciones en la agencia y fue, además, el trabajo más divertido que he tenido”, rememora. Sin embargo, su inquietud le llevó a dar un giro a su carrera. Los cuatro fundadores de La Sonrisa del Yeti decidieron que querían buscar nuevas opciones profesionales, no estancarse ni encasillarse, así que fueron finiquitando poco a poco los proyectos con sus clientes hasta cerrar la empresa en 2007.
Encontró un nuevo empleo como responsable de Arte y Comunicación en Tecresa, una empresa de evacuación de humos, pero había solicitado también -sin mucha esperanza de conseguirla- una beca en Buenos Aires. Se la dieron y vivió allí uno de los mejores años de su vida. “Después de pasar años llevando mi propia empresa, con unas vacaciones relativas, aquel curso en Argentina, donde me hice una especie de posgrado no oficial con asignaturas que me interesaban, me pareció increíble. Fue fantástico volver a estudiar”.
Mientras estaba allí comenzó a trabajar a tiempo parcial para una compañía de teatro llevándoles el diseño y la comunicación de una de sus obras obra. Empezaron en una pequeña sala en el barrio de San Telmo pero eran cada vez más conocidos. La pieza estuvo un año en cartel. “Aquello era marketing de guerrilla, pero me permitía experimentar, crear diseños más originales y raros”.
Terminó la carrera, terminó la experiencia bonaerense y regresó a Madrid, esta vez para integrarse en la plantilla de la mayorista de viajes Panavisión como jefa de Diseño. Su currículum, le dijeron, aunque a ella le da la risa, brilló entre 1.054 candidatos. “No se me olvida el número”. Durante los dos años que pasó con ellos realizaba catálogos, folletos, se encargaba de las webs americanas de la empresa… No fue una época mala pero aquel era un empleo poco creativo y, de nuevo, se avecinaba un cambio, esta vez mucho más grande.
Rumbo a Shanghai
Su novio, hoy su marido, había estado un año en Shanghai y le habían ofrecido quedarse trabajando allí. No se lo pensó: “Le dije que lo aceptara, que me iba con él”. Una vez más, tardó poco en encontrar trabajo, esta vez en Naked Group, una empresa hotelera que había comprado literalmente una montaña para crear un complejo de lujo de cabañas en los árboles. Tuvo la suerte de tener una jefa muy abierta a cualquiera de las ideas y propuestas que ella le planteaba, por locas que estas fueran. Lejos de la sobriedad del marketing en el sector, le otorgó a las campañas un aire vibrante, con muchas ilustraciones y color. Además, se encargó de eventos, diseño de interiores…
Dos años después, decidieron regresar a Europa, ahora a Lyon, donde continuó trabajando para la empresa china, aunque todos sus esfuerzos estaban encaminados a aprender francés, pues habían decidido irse a vivir a la zona francófona de Canadá. En el verano de 2014, lograron el visado y se mudaron a Montreal: “Y menos mal que era verano, si llega a ser invierno nos habríamos vuelto”, bromea. En esta ciudad en la que, agradece, aun viviendo en el centro tienes la sensación de estar en la naturaleza, dirige el departamento de Diseño y Comunicación de una empresa de tecnología wifi que opera en Estados Unidos y Canadá y que actualmente empieza a trabajar en Europa. En paralelo, colma su necesidad de ser creativa diseñando para la ONG Canadá Tíbet Committee.
“Muchas veces se tiene la idea de que América del Norte es una zona muy avanzada y con otra organización pero, no, funcionan de una forma similar a la europea. Coordino a mucha gente que con frecuencia no está en la oficina. Diseñadores, programadores, encargados de packaging… Soy yo la que establece la línea de dirección de arte, elijo el mensaje que queremos transmitir. Tengo bastante independencia”.
Aunque el público al que se dirigen es fundamentalmente rural, pues su empresa se centra en llevar el wifi a zonas campestres, Gutiérrez ha tratado de evitar los prejuicios de pensar que el diseño para personas que no viven en la ciudad ha de ser menos moderno. Al contrario, lo ha simplificado, le ha aportado colores neutros y un estilo similar, si se quiere, al de Apple. “En ello estoy, es complicado cambiar la mentalidad. Es un problema que a menudo escuchamos los diseñadores. Nos sucedía en La Sonrisa del Yeti cuando los clientes nos decían que una idea era buena para Madrid pero no para Sevilla. Me molestaba muchísimo que pensaran que somos más tontos por ser andaluces”.
Enamorada de su profesión, los últimos años se ha ido apasionando por el print, y lo ha hecho precisamente en una época en la que todo es digital. También le gusta la ilustración, que puede poner en práctica en la ONG para la que trabaja. “Quiero explorar nuevos campos como el diseño textil, no me gustaría estancarme. Llevo 15 años trabajando y aún me me considero joven. Si me aburro, seguiré probando cosas nuevas. He procurado mantenerme creativa, independientemente de mi empleo, realizando ilustraciones, aficionándome a la fotografía y el revelado…”.
Además, trata de mantenerse al día en nuevas técnicas, en las versiones más recientes de los programas de diseño y, sobre todo, en las tendencias, pues, recalca, al fin y al cabo su tarea consiste en vender un producto y, para ello, es necesario seguir la moda que impere en cada momento.
Son cuestiones vitales especialmente en un momento en el que el sector sufre intrusismo: “No creo que una carrera universitaria te acredite para diseñar, pero es verdad que ha llegado gente de muchas disciplinas, como la arquitectura. Las cosas han cambiado mucho desde que empecé. En ese momento, no había posibilidades de estudiar diseño como una carrera universitaria pero creo que me beneficié de ello. En realidad, para ser un buen diseñador tienes que contar con un buen portfolio, independientemente de que lo que muestres sean proyectos para clientes reales o no. Es lo que busco cuando contrato personal, que me muestren lo que saben hacer más allá de los títulos. ¿Tiene un estilo definido? ¿Sabe adaptarse? ¿Es fino su diseño?”.
Por lo que se ha leído aquí, se adivina que Gutiérrez no se quedará demasiado tiempo en Montreal, aunque le guste la vida tranquila que le ofrece la ciudad y disfrute de su rutina laboral. Ya acaricia la idea de montar algo en España, “un proyecto totalmente diferente a lo que he hecho hasta ahora, tal vez relacionado con el diseño, pero no sólo”.