MARTA CABALLERO

Un fin de semana, el estudiante de Ingeniería Informática Iván de Cabo decide quedarse en casa con el objetivo de crear un juego para teléfonos móviles. Fue el pasado viernes 20 de marzo. El domingo, ya había terminado su tarea. Era la primera vez que trabajaba en algo así pero tenía interés por probar cómo se comportaban los usuarios de este tipo de ocio “muy lucrativo y en el que se puede conseguir mucho por muy poco”. Un público con un perfil muy diferente al de las aplicaciones, cuenta hoy convertido en programador, cuando aún le quedan dos años para finalizar sus estudios.

IMG_6422Ese domingo terminó de pulir el producto y el lunes lo mandó a Apple. En apariencia se trata de un juego muy sencillo: un dinosaurio que salta y esquiva huevos cuando el jugador pulsa a la barra espaciadora, un homenaje al clásico Easter Egg que aparece en el navegador Google Chrome cuando no se dispone de conexión. Pero la complicación, y el acierto, estaban en otro aspecto: se podría jugar desde el centro de notificaciones de los iPhones, sin necesidad de desbloquear el móvil. “No sé cómo llegué a ver que esto era factible pero funcionó. Sabía que el Easter Egg era un éxito y que los usuarios que llegaran a mi juego reconocerían rápidamente en qué se inspiraba. Además, era fácil de implementar”. Lo bautizó ‘Steve. The jumping Dinosaur’, en homenaje a dos de sus ídolos en la informática: Steve Jobs, por supuesto, “no sólo como informático sino como empresario”, y Steve Wozniak, “porque sin él Jobs no habría sido lo que fue”, comenta mientras juega en su teléfono con su propio invento.

1.200.000 descargas en su primer videojuego

Una semana después de enviarlo, Apple aceptó su dinosaurio. Durante los primeros días del lanzamiento, De Cabo ya logró su primera aparición en una web norteamericana, Appadvice.com. Esa misma tarde, otro portal internacional, esta vez de China, le informó de la publicación del segundo artículo sobre su juego. Llegaron muchos más: de Japón, de Brasil, de Alemania, de Ucrania, de República Checa, de India, de España… En otras palabras, 1.200.000 descargas hasta la fecha. TechCrunch, web de referencia internacional, también se hizo eco de la novedad. En unos días, estaba en el top 15 de descargas en Estados Unidos y entre los 50 primeros a nivel mundial. Y llegó a estar el primero en la categoría de Juegos de Apple.

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‘Steve. The jumping dinosaur’ puede bajarse de forma gratuita pero el el usuario paga un dólar o un euro si desea cambiar de personaje, de ahí su rentabilidad. Así las cosas, enseguida le llegó una oferta de compra de un particular con experiencia en el sector que había detectado el potencial de la aplicación. Quiso que se lo vendiera por 60.000 euros, una cantidad más que jugosa para un chaval de 22 años. Como en aquella escena de la película La red social en la que el personaje que interpreta a Sean Parker, el fundador de Napster, le recomienda a a un joven Zuckerberg que nunca venda su criatura, Facebook, De Cabo decidió declinar la propuesta del comprador. “Puede que él lo hubiera relanzado de una forma mejor, que le hubiera dado una mayor visibilidad, pero era mi primer juego y no quise soltarlo a pesar de que hablábamos de mucho dinero”.

Y no se ha arrepentido. Aunque no da una cifra exacta de ganancias, asegura que su tiranosaurio de píxeles le da para pagarse dos o tres masters. “He logrado muchos más ingresos de lo que podría imaginar y a día de hoy, a pesar de la vida tan corta que tienen las aplicaciones, sigue generando ganancias. A los usuarios que se lo han descargado se ve que les gusta y continúan jugando”.

Alegre, desenfadado, despierto, muy lejos de cumplir el estereotipo de ‘nerd’, De Cabo nació y se crió en Mallorca. Siempre pensó que estudiaría Empresariales porque quería montar algo suyo relacionado con los ordenadores, una pasión que le viene de la infancia y en la que se curtió de manera autodidacta. “Siempre hubo un PC en casa. Tengo un vídeo en el que salgo muy pequeño aporreando las teclas. Cuando me apartan del ordenador, me pongo a llorar”. En el último año de colegio, resolvió que no se matricularía en ADE y que la programación sería su camino. Nadie en casa le había inculcado esa vocación, su padre es artista plástico y su madre trabaja en un hotel en Mallorca, pero en soledad fue desarrollando destrezas en este campo.

Al haber estudiado el Bachillerato Social, la opción de cursar directamente Ingeniería le parecía complicada, pues carecía de conocimientos de materias como Física. Se decantó por un módulo de aplicaciones informáticas multiplataforma que no le gustó, de modo que al terminar el curso reculó y se mudó a La Puebla del Río (Sevilla), donde reside su padre, para envalentonarse con su vocación. “Fue mucho mejor de lo que me esperaba”, se alegra.

Una casualidad sevillana en Silicon Valley

Aprobó sin problemas los dos primeros cursos. A finales del segundo año, una conferencia en la Facultad le cambió la vida. En ella les hablaron a los alumnos de un programa de intercambio de estudiantes para el verano en Estados Unidos. Se requería superar tres fases de selección y luego podría incorporarse como becario a una empresa norteamericana. Las superó sin problema y, tras los exámenes de junio, viajó a Boston, pero no precisamente para enrolarse en el mundo de la informática sino para trabajar como charcutero en el supermercado de un pueblo costero. La experiencia, gracias al buen ambiente que encontró en aquella localidad, fue magnífica y le valió para perfeccionar su inglés. Lo tenía claro: una vez que terminase, antes de regresar a España, volaría a California para conocer Silicon Valley con el dinero ahorrado.

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“Conocí una chica en Boston cuya tía es profesora en Stanford y cuya prima, que también había estudiado en esa universidad, trabajaba para Google. Me puso en contacto con ellas y tuve la suerte de poder conocer las oficinas de la multinacional en Palo Alto”. Quedó fascinado. Pero no acaba aquí su experiencia, la casualidad le puso en suerte un nuevo avance en su incipiente carrera: estando en California conoció al onubense Lucas Gozálvez, fundador de la empresa de desarrollo de software Icinetic, con sede en Sevilla. “Vivíamos en la misma ciudad pero fuimos a conocernos al otro lado del Océano, pues nos quedábamos en la misma casa en Estados Unidos. Me habló de sus startups y yo de mis ideas y, cuando volví a Sevilla, me ofreció desarrollar un proyecto junto a otro chico, un club privado para ejecutivos llamado The Clannish en el que aún estoy involucrado, intentando llevarlo adelante sacando el tiempo de donde puedo”.

Poco después, en octubre de 2015, el mismo Gozálvez le ofreció incorporarse a Icinetic un par de meses como becario. Justo un día después de que finalizaran sus prácticas, el empresario le propuso quedarse dos meses más como programador de iOS. Y hasta hoy. “Me gusta mi trabajo y mi idea es terminar la carrera, aunque lo que hago en mi día a día no tiene nada que ver con lo que nos enseñan en la facultad. Ahora ando pensando en crear otro juego, a ver qué se me ocurre. Dentro de las Apps me interesan también las redes sociales, aunque sea un sector más trillado”.

unnamedDe Cabo no olvidará la experiencia californiana y es consciente de que Silicon Valley es la meca de los programadores. Sin embargo, también sabe ya que desde Sevilla, incluso desde la propia habitación del domicilio paterno, pueden crearse grandes empresas. “Antes me tiraba mucho más América pero ahora veo que aquí se pueden hacer muchas cosas. Quiero comprobar hasta dónde puede llegar ‘Steve. The jumping dinosaur’ y luego ver qué más podemos ir haciendo. La clave es intentarlo, eso es lo que recomiendo, que luches sin miedo por lo que te gusta, sólo así se consiguen las cosas”.